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Aída Abramovich |
Seguramente muy pocos de los exalumnos conocen el apellido de Aída ya que todos la llamaban solo por su nombre. Muchos habrán olvidado el nombre de directores, maestros, profesores y bedeles, pero el de Aída siempre permanece en el recuerdo.
Sólo ella conoce a cada alumno casi tan bien como sus propios padres. Los tímidos, los pícaros, los inteligentes, los estudiosos, los que tienen dificultades para estudiar, los golosos, los caprichosos y los altruistas.
En 2006, y luego de 36 años de intensa labor, Aída decidió retirarse. Su humildad la llevó a abandonar el Yavne en silencio. No buscó homenajes ni discursos de despedida, sino que se fue con la felicidad de haber trabajado casi cuatro décadas rodeada de niños y adolescentes de todas las edades.
A continuación, un resumen de la conversación que Aída Abramovich, próxima a cumplir 72 años, compartió con Semanario Hebreo:
Los comienzos
Sus padres eran inmigrantes lituanos que llegaron a Uruguay antes de la Segunda Guerra Mundial; en Uruguay se instalaron en el barrio Palermo (Maldonado y Salto).
Su madre fue ama de casa y su padre trabajó en la construcción de la carretera Montevideo - Colonia, en los tranvías y luego que Aída nació, el 30 de junio de 1935, fue vidriero.
De niña Aída concurrió a “la escuela que estaba en Durazno entre Médanos y Vázquez”, según recuerda. Además, estudió corte y confección; “no quise ir al liceo, pero mi padre quería que siguiera estudiando, por lo cual fui a la Escuela Industrial. Salí perdiendo. Yo creía que me iba a ser más fácil, pero durante tres años tuve todas las materias del liceo y además aprendí un oficio”.
Su primer trabajo fue en un taller de confecciones a máquina preparando tapados y chaquetones. Los dueños eran judíos llegados a Uruguay luego de la Segunda Guerra Mundial. “Precisaban personal y una almacenera de la esquina me recomendó a mí”, señaló.
A mediados de 1969 Bernardo Nieuchowicz, el esposo de Aída, empezó a trabajar como cantinero del Yavne, pero al tiempo entendió que solo no podía atender a todos los niños; por esta razón en 1970 se incorporó Aída.
Las libretitas para fiar y los sándwiches de sardina
Dos clásicos en la cantina de Aída eran las libretitas donde anotaba los productos que le fiaba a cada alumno y los populares sándwiches de sardina.
Aída recordó que llevaba la contabilidad en 65 libretitas lo que muchas veces la llevaba a permanecer en Yavne hasta las 6 y 30 de la tarde o dormirse en su casa mientras sumaba las cantidades.
La idea de anotar en libretas (varias hojas engrampadas) lo fiado a cada niño surgió de dos alumnos, Jorge Nirenberg y Ruth Mandel, que un día le pidieron que les fiara, para lo cual le trajeron dos libretitas que ellos mismos habían comprado en una papelería. Aída relata que gracias a las libretitas aprendió a sumar más rápido que las calculadoras.
Al poco tiempo que entró a Yavne le dijeron que podía vender sándwiches de fiambre y sardina kasher (aptos para el consumo según la ley judía).
De niña Aída concurrió a “la escuela que estaba en Durazno entre Médanos y Vázquez”, según recuerda. Además, estudió corte y confección; “no quise ir al liceo, pero mi padre quería que siguiera estudiando, por lo cual fui a la Escuela Industrial. Salí perdiendo. Yo creía que me iba a ser más fácil, pero durante tres años tuve todas las materias del liceo y además aprendí un oficio”.
Su primer trabajo fue en un taller de confecciones a máquina preparando tapados y chaquetones. Los dueños eran judíos llegados a Uruguay luego de la Segunda Guerra Mundial. “Precisaban personal y una almacenera de la esquina me recomendó a mí”, señaló.
A mediados de 1969 Bernardo Nieuchowicz, el esposo de Aída, empezó a trabajar como cantinero del Yavne, pero al tiempo entendió que solo no podía atender a todos los niños; por esta razón en 1970 se incorporó Aída.
Las libretitas para fiar y los sándwiches de sardina
Dos clásicos en la cantina de Aída eran las libretitas donde anotaba los productos que le fiaba a cada alumno y los populares sándwiches de sardina.
Aída recordó que llevaba la contabilidad en 65 libretitas lo que muchas veces la llevaba a permanecer en Yavne hasta las 6 y 30 de la tarde o dormirse en su casa mientras sumaba las cantidades.
La idea de anotar en libretas (varias hojas engrampadas) lo fiado a cada niño surgió de dos alumnos, Jorge Nirenberg y Ruth Mandel, que un día le pidieron que les fiara, para lo cual le trajeron dos libretitas que ellos mismos habían comprado en una papelería. Aída relata que gracias a las libretitas aprendió a sumar más rápido que las calculadoras.
Al poco tiempo que entró a Yavne le dijeron que podía vender sándwiches de fiambre y sardina kasher (aptos para el consumo según la ley judía).
El sándwich de sardina tuvo tanto éxito que hace un tiempo se organizó un reencuentro en recuerdo del sándwich de sardina. Inclusive muchos padres le preguntaban a Aída cómo hacía para que le quedara tan rico.
El mejor recuerdo
Un lunes, cuando Aída llegó al Yavne descubrió que, por un problema eléctrico, se habían derretido los 250 helados que le habían traído el viernes a última hora.
El mejor recuerdo
Un lunes, cuando Aída llegó al Yavne descubrió que, por un problema eléctrico, se habían derretido los 250 helados que le habían traído el viernes a última hora.
“Luego de una semana, por iniciativa de la alumna Sylvia Kornworcel, los alumnos de todas las clases hicieron una colecta y me trajeron la plata para que compre los helados”. “¡Ves lo que es!”, comenta emocionada Aída. Bernardo agrega: “¡los chiquilines son lo más grande que hay!”
Aída le dijo a los niños que la heladería le reintegraría el dinero, pero los alumnos no aceptaron la devolución de lo recaudado en la colecta, por lo cual les compró juegos de mesa para que se entretuvieran durante el recreo.
“Él es mi hijo”
Aída tiene una buena relación con sus hijos y nietos. Jorge, su hijo mayor, trabajó con ella en la cantina y siguió con su esposa, un tiempo más, cuando Aída se retiró. Bruno, uno de los hijos de Jorge, tenía “cuña” mientras su abuela trabajaba en Yavne.
Aída le dijo a los niños que la heladería le reintegraría el dinero, pero los alumnos no aceptaron la devolución de lo recaudado en la colecta, por lo cual les compró juegos de mesa para que se entretuvieran durante el recreo.
“Él es mi hijo”
Aída tiene una buena relación con sus hijos y nietos. Jorge, su hijo mayor, trabajó con ella en la cantina y siguió con su esposa, un tiempo más, cuando Aída se retiró. Bruno, uno de los hijos de Jorge, tenía “cuña” mientras su abuela trabajaba en Yavne.
“Mi nietito entraba derecho a la cantina y se agarraba lo que quería”. Además, Bruno supo atender la cantina y preguntarle a los compradores: “¿Pagás o anotás (refiriéndose a las compras fiadas)?”.
El otro hijo de Aída es Freddy, popularmente conocido como Orlando Petinatti, quien conduce el programa Malos Pensamientos en Radio Futura. Aída es una fiel oyente de Radio Futura y el programa que conduce su hijo. Inclusive, apareció en la televisión durante el programa “Uno en tres millones” que relataba la vida de Freddy.
Cuando los alumnos le preguntaban si ella era la madre de Petinatti, Aída contestaba: “No. Él es mi hijo”. Y es que durante su pasaje por la escuela y el liceo, Jorge y Freddy fueron para todos “los hijos de Aída”.
Israel y los exalumnos
“Es la persona, que ocupa un pequeño lugar en un rincón de Yavne, pero uno inmenso en nuestro corazón. Es la persona que nos cose la túnica o lo que sea cuando necesitamos, la que hace las pelotas de fútbol para los recreos, la que guarda todo aquello que nosotros olvidamos y perdemos, para luego darnos, la persona que da caramelos hasta quedarse sin ninguno, la que no deja que nos quedemos sin comer, la que… Todo” (…)
El otro hijo de Aída es Freddy, popularmente conocido como Orlando Petinatti, quien conduce el programa Malos Pensamientos en Radio Futura. Aída es una fiel oyente de Radio Futura y el programa que conduce su hijo. Inclusive, apareció en la televisión durante el programa “Uno en tres millones” que relataba la vida de Freddy.
Cuando los alumnos le preguntaban si ella era la madre de Petinatti, Aída contestaba: “No. Él es mi hijo”. Y es que durante su pasaje por la escuela y el liceo, Jorge y Freddy fueron para todos “los hijos de Aída”.
Israel y los exalumnos
“Es la persona, que ocupa un pequeño lugar en un rincón de Yavne, pero uno inmenso en nuestro corazón. Es la persona que nos cose la túnica o lo que sea cuando necesitamos, la que hace las pelotas de fútbol para los recreos, la que guarda todo aquello que nosotros olvidamos y perdemos, para luego darnos, la persona que da caramelos hasta quedarse sin ninguno, la que no deja que nos quedemos sin comer, la que… Todo” (…)
“Sos la mamá postiza de todos nosotros durante esas siete horas o más que estamos en el instituto (…) Por todo esto solo me resta decirte gracias y no cambies nunca!”. De esta forma, Daniela Brandwain, con 17 años, definía a Aída en un artículo publicado en el Iton (diario) del Yavne en 1992.
Aída debía soportar la presión de los niños, quienes siempre querían comprar algo cuando sonaba la chicharra que indicaba el fin del recreo. Lo hacía con mucha paciencia y dedicación, así como cuando conversaba con los adolescentes del liceo. “Los alumnos que se iban a otros liceos volvían a las cuatro de la tarde para saludar a Aída”, recuerda Bernardo.
Pero la experiencia más emocionante que vivió Aída con exalumnos ocurrió hace 5 años en Israel. Acompañada por Bernardo, Freddy y familiares israelíes recorrió todo el país.
Aída debía soportar la presión de los niños, quienes siempre querían comprar algo cuando sonaba la chicharra que indicaba el fin del recreo. Lo hacía con mucha paciencia y dedicación, así como cuando conversaba con los adolescentes del liceo. “Los alumnos que se iban a otros liceos volvían a las cuatro de la tarde para saludar a Aída”, recuerda Bernardo.
Pero la experiencia más emocionante que vivió Aída con exalumnos ocurrió hace 5 años en Israel. Acompañada por Bernardo, Freddy y familiares israelíes recorrió todo el país.
Cierto día la llevaron engañada hacia la casa de Mónica Wiener (Preschel). Cuando llegaron a destino se dirigieron al subsuelo de una sinagoga donde la esperaban casi 50 exalumnos, docentes y funcionarios de Yavne. Aída los reconoció a todos, inclusive a un exalumno que quedó pelado.
Memorias
Aída pensó alguna vez en escribir sus memorias aunque dice que ahora ya pasó el momento de hacerlo. De todas formas se aventura con un título. “Podría titularse Tres cuartos de mi vida en una escuela”.
Es que para Aída la escuela lo fue todo; los primeros días sin trabajar lloraba en su casa. “Extraño a los niños; son lo más sincero y bueno que hay en el mundo”.
Recuerda con mucho cariño a los niños de la jardinera. “A los de todas las épocas, a los de dos y tres años, que cuando pasaban al baño a lavarse las manos después de gimnasia me decían: ´chau Aída`”.
Y luego de 36 años de trabajo, Aída le dijo chau al Yavne, a los sándwiches de sardina y de milanesa, a los bizcochos rellenos de chocolate, a los “cande” y a las libretitas que le permitían fiar, pero de quienes nunca se despedirá es de sus grandes amigos: los niños de todas las épocas.
Memorias
Aída pensó alguna vez en escribir sus memorias aunque dice que ahora ya pasó el momento de hacerlo. De todas formas se aventura con un título. “Podría titularse Tres cuartos de mi vida en una escuela”.
Es que para Aída la escuela lo fue todo; los primeros días sin trabajar lloraba en su casa. “Extraño a los niños; son lo más sincero y bueno que hay en el mundo”.
Recuerda con mucho cariño a los niños de la jardinera. “A los de todas las épocas, a los de dos y tres años, que cuando pasaban al baño a lavarse las manos después de gimnasia me decían: ´chau Aída`”.
Y luego de 36 años de trabajo, Aída le dijo chau al Yavne, a los sándwiches de sardina y de milanesa, a los bizcochos rellenos de chocolate, a los “cande” y a las libretitas que le permitían fiar, pero de quienes nunca se despedirá es de sus grandes amigos: los niños de todas las épocas.