12 feb 2024

El chumbo

Publicado el 16 de noviembre de 2021

El árbitro dio el pitazo final. El partido se había terminado. La victoria por la mínima diferencia había salvado al Mardoqueo F.C. del descenso y condenado al Rumpeltiskin F.C. a jugar en la segunda división del fútbol nacional.


Julio, uno de los líneas del encuentro, volvía a su casa como habitualmente lo hacía luego de los partidos de cada domingo. Era muy autocrítico. Pensaba en cada jugada en la que había dudado si levantar o no la bandera.


La caminata había sido corta. La distancia entre el estadio Samuel Priliac del Mardoqueo (y del Palestino) y su hogar era casi insignificante.


Cuando llegó, ayudó a su esposa a preparar la cena: unas milanesas vegetarianas rellenas solo de queso acompañadas de tomatitos cherry. Sus dos hijos varones estaban felices por aquella deliciosa comida que cerraba el fin de semana junto a la presencia de mamá y papá. Al otro día, comenzaría una nueva y ardua semana escolar.


Mientras Marta y Julio preparaban a sus hijos, el lunes por la mañana, sonó el viejo teléfono del domicilio de la calle Laureano Latierra. Al atender, Julio se encontró con una voz distorsionada y amenazante del otro lado de la línea: “te vamos a dar un chumbo en la cabeza, reverendo hijo de puta”.


Los ultras del Rumpeltiskin estaban fuera de sí. El chivo expiatorio del descenso de su equipo era uno solo: Julio.


El línea simuló que no pasaba nada. Luego de dejar a sus hijos en el colegio, le pidió a su esposa para conversar. Le contó acerca de  lo sucedido y le dijo que no se preocupara, ya que se trataba de un simple amedrentamiento.


Sin embargo, se comunicó con la policía y la gremial de árbitros de su país para denunciar la situación.


Marta sospechó que el asunto era grave y presionó a Julio para que le contara exactamente lo que estaba pasando.


Como (casi) siempre ocurre en la vida, hubo quienes no creyeron en la versión de Julio. Otros le insinuaron que era un exagerado y algunos le dijeron que había sido una amenaza en caliente y que con el tiempo se convertiría en tan solo una anécdota.


Durante varios años, Julio cuidó las espaldas de su esposa y de sus hijos. El peligro siempre estaba latente. El momento más difícil para el referí era el de irse a dormir: los pensamientos lo invadían hasta altas horas de la madrugada. Dormía poco y mal.


“¿Por cuánto tiempo me acosará este tormento?”, se preguntaba Julio.


A medida que el tiempo pasaba y el temor (casi) había desaparecido, sus hijos (ya crecidos), le comenzaban a hacer complejas preguntas sobre su época de juez de fútbol y, en particular, sobre esta triste historia. Julio las respondía, con lentitud y paciencia, y con la firme convicción de que el peligro había quedado atrás.


Habían pasado 20 años de este episodio cuando Matías, un viejo conocido de la familia de Julio, también fue amenazado, pero en este caso por su ex familia política.


A Matías le hicieron pasar las de Caín, aunque nadie sabe muy bien qué fue lo que ocurrió realmente con este personaje bíblico antediluviano.


Lo agredieron, lo privaron de ver a sus hijas, lo difamaron y pretendieron quitarle su dignidad, y —tal como le pasó a Julio— hubo muchos que no le creyeron. También dormía poco y mal.


Pero al igual que Julio, Matías decidió dar batalla de la mano de su fiel amigo y compañero de lucha, el galeno Arnoldo.


El joven Matías, recordó la historia de la amenaza a Julio, y consideró que era momento de mantener una charla con el ya veterano juez de línea, ya qué él también se sentía amenazado por el chumbo de los otros ultras.


“Patoteros habrá siempre”, le dijo el árbitro, pero “lo importante es no temer”. “Vos tenés que confiar en Buda y en Pest; su inspiración fue fundamental para que yo pudiera salir del pozo”.


Matías le dijo que prefería encomendarse al viejo Matusalén, que por algo había vivido 969 años. El joven, un amante de las matemáticas, hipotetizó que el secreto de la longevidad del patriarca radicaría en el número 69. Julio quedó pensativo…


La charla entre ambos recorrió el camino de vida que cada uno de ellos había elegido. Hubo momentos de alegrías y otros de tristeza, pero por sobre todo, mucha emoción.


Julio se comprometió a ayudar a Matías en su lucha y a nunca abandonarlo. “Loco: yo te conozco desde chico. No te preocupes que esto también va a pasar”.


El diálogo se prolongó hasta altas horas de la noche. El viejo Julio ya no podía mantenerse en pie, y Marta empezaba a preocuparse de que no volviera a su casa.


Arnoldo los pasó a buscar a los dos. Su abuelo, el entrañable Javier, había sido amigo de Julio varias décadas atrás. El pequeño auto del galeno fue el lugar donde se contaron las últimas anécdotas. Matías había recuperado el coraje y Julio era el gran responsable de ello.


Al son de Bella Ciao los tres se despidieron. “Los ultras y sus chumbos no nos vencerán”, aseveró la ya apagada voz de Julio.