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Funeral en honor a los deportistas israelíes asesinados |
Once atletas israelíes, que compartían el pabellón con los uruguayos, fueron asesinados hace 30 años por guerrilleros palestinos
Por Martín Kalenberg
Publicado originalmente en el Semanario Búsqueda el 29 de agosto de 2002
El veterano atleta negro estadounidense Jesse Owens, a quien el dictador alemán Adolfo Hitler se negó a entregarle cuatro medallas de oro en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936, llora desconsoladamente en el Estadio Olímpico de Múnich durante los Juegos de 1972. Para él, Alemania es otra vez un sinónimo de dolor.
Es el miércoles 6 de setiembre, y el principal estadio muniqués está colmado por 80.000 espectadores. Al igual que Owens, todos lloran. Unas horas antes, ocho terroristas palestinos del movimiento “Setiembre Negro” habían asesinado a 11 deportistas israelíes luego de haberlos secuestrado.
Los palestinos entraron a la Villa Olímpica el martes 5 en la madrugada con bolsos repletos de granadas, ametralladoras y pistolas. Apenas coparon el cuarto de los hebreos, mataron a dos israelíes que intentaron resistirse: el referí de lucha, Moshé Weinberg (33 años), y el levantador de pesas, Joseph Romano (32).
Los guerrilleros exigieron la liberación de 200 terroristas árabes que estaban presos en Israel y un avión para escapar con los secuestrados hacia algún país árabe. Luego de intensas negociaciones, el gobierno alemán cedió a los terroristas un helicóptero para que se trasladaran hacia el aeropuerto militar de Furstenfeldbruck. Los francotiradores alemanes que esperaban a los guerrilleros no pudieron resolver la situación.
Asesinaron a seis de los terroristas, pero los dos que quedaron con vida contrarrestaron lanzando una granada al helicóptero donde estaban los nueve rehenes israelíes: los luchadores Eliezer Halffin (24) y Mark Slavin (18), los pesistas Zeev Friedman (28) y David Berger (28), el entrenador de tiro Kahat Shor (53), el juez de lucha Joseph Gottfreund (40), el esgrimista Andrei Schpitzer (27), el entrenador de atletismo Amitzur Shapira (40) y el entrenador de levantamiento de pesas Yaakov Springer (50). Murieron todos.
Los uruguayos, que compartían el pabellón olímpico con los hebreos, también estuvieron en peligro. Uno de ellos, el remero José Antonio “Patón” Fernández, fue interceptado por un terrorista que llevaba una granada en su mano, mientras que Carlos Parmigiani, un uruguayo de 32 años, quién permaneció sin autorización alojado en el subsuelo de la Villa, estuvo a punto de ser fusilado por los palestinos.
Para la revista francesa “Paris Match”, los deportistas uruguayos no ayudaron a los israelíes. “Corrí como un loco hacia el pabellón vecino y di golpes a la ventana de los miembros de la delegación uruguaya: debí haberles dado miedo porque se negaron a abrirme”, dijo Tuviah Sikolovsky, uno de los hebreos que logró escapar de la habitación en el momento del secuestro. Además, la revista acusó a uno de los deportistas uruguayos, aunque no lo identificó, de haber visto a un guerrillero con revolver en mano presto a iniciar su acción e irse a dormir sin decir nada. El artículo “es una infamia que raya en la difamación”, afirmó a “El Día” en 1972 el delegado de natación celeste, Julio César Maglione, quien actualmente preside el Comité Olímpico Uruguayo (COU).
Maglione señaló a Pulso que “nadie sabía lo que pasaba” ya que todos los uruguayos estaban durmiendo. Después de los Juegos de Múnich, “se fueron acentuando las medidas de seguridad en las competencias olímpicas con costos multimillonarios. La seguridad de Atenas 2004 va a costar 600 millones de dólares”, reveló.
La nadadora Felicia Ospitaletche se enteró del secuestro de los deportistas israelíes a las 10 de la mañana cuando se encontró con Maglione. “Me dijo que mi padre había llamado desde Uruguay porque estaba preocupado por mí”, recordó.
Carlos Parmigiani, estuvo —según sus palabras— “de colado en la Villa Olímpica”. El estudiante viajó a Europa con un conocido, Raúl Torrens, que suponía que un viejo violín heredado de su padre era Stradivarius, y quería venderlo en Europa. Además, Parmigiani era amigo de algunos integrantes de la delegación uruguaya como los atletas Josefa Vicent y Darwin Piñeyrúa.
Los compañeros de viaje llegaron a la Villa el domingo 3 de setiembre a la mañana. La delegación —salvo el médico Julio Ekroth— se había ido de paseo. Ekroth, que era amigo de la madre de Parmigiani, le hizo un pase a los dos jóvenes. Sin embargo, los amigos pretendían quedarse por más días. El jefe de la delegación, el coronel Justo Orozco, se oponía tajantemente a ello, por lo que Torrens y Parmigiani debían buscar una solución.
Decidieron alquilar una camioneta combi, similar a la que utilizaba la delegación uruguaya. Finalmente, pudieron ingresar al subsuelo de la Villa, donde estacionaron la camioneta (ver nota aparte).
Fernández, quien comenzó a practicar remo desde los 14 años, recordó que integró como suplente la delegación uruguaya de los Juegos Olímpicos de Múnich 1972. Tenía 29 años y compartía la habitación con Ekroth y con el traductor de la delegación Luis Friedman. El remero dijo a Pulso que “muchas veces que salía del apartamento veía que en el borde de una fuente cercana habían unos muchachos, con todas las características de los fedayines (terroristas árabes), jugando al backgamon”. En cierta ocasión, Fernández encontró en la cocina del pabellón uruguayo “a uno de estos muchachos”, y cuando le preguntó lo que estaba haciendo, este le contestó: “fruit, fruit` (fruta, fruta)”. Para el remero, el joven era uno de los terroristas que “estaba controlando (el lugar) y viendo todo el movimiento que había”.
El 5 de setiembre Fernández se levantó temprano y fue detenido al intentar subir de la planta baja al primer piso. “Me encontré con una persona vestida con un saco y un pantalón blanco, una gorra y la cara pintada con carbón que me impedía subir”, señaló. En determinado momento, el terrorista, que “llevaba una granada en la mano” le quitó al remero la llave de su habitación y le dijo que lo siguiera. “Fuimos a mi habitación y me hizo señas que entrara y no saliera más”, recordó.
El ciclista Elbio Tardaguila, de 29 años, se opuso desde un principio a alojarse con los atletas israelíes. “¿Por qué antes de aceptar este bloque de hospedaje no tratás de cambiarlo?. Fijate que en Israel están en guerra”, le advirtió al técnico de los ciclistas, Ildefonso Soler.
Según Tardaguila, los terroristas “barrieron a los israelitas que se tiraron al suelo porque estaban armados, mientras que a los que se quedaron quietos los dejaron con vida”. El ciclista se despertó con los balazos pero pensó que “eran los alemanes que estaban trabajando en la Villa”. Posteriormente, Tardaguila le dijo a su compañero Jorge Juckich: “Vámonos de acá. Estos tipos (los terroristas) entraron muertos, y no van a salir con vida”. El ciclista quería tirarse por el balcón, ubicado en el primer piso, hacia la planta baja. “Prefería quebrarme antes que me mataran”, confesó.
Para Ekroth, la Villa Olímpica estaba bien vigilada pero “los alemanes fallaron por un exceso de civilismo”, pues “quisieron borrar la imagen militarista alemana” (de la Segunda Guerra Mundial).
El médico rememoró que “al otro día del secuestro y asesinato de los israelíes se hizo un funeral laico en el estadio olímpico en el que participó la Orquesta de Baviera. Había un silencio de ultramuerte porque estaba todo el mundo golpeado”. Ekroth estaba sentado al lado de un delegado israelí que no lo habían matado porque la noche anterior al acto terrorista había participado en una reunión de dirigentes. “De pronto, el hombre se paró, cambio de color, se quejó, y murió de un infarto”, recordó. Después del acto recordatorio, “los Juegos siguieron con poco espíritu olímpico”, puntualizó.
Los Juegos se habían quedado sin espíritu ni alma. El terrorismo y la maldad habían triunfado sobre el deporte, enterrado bajo tierra, aunque sin ceremonia fúnebre.
Los uruguayos, que compartían el pabellón olímpico con los hebreos, también estuvieron en peligro. Uno de ellos, el remero José Antonio “Patón” Fernández, fue interceptado por un terrorista que llevaba una granada en su mano, mientras que Carlos Parmigiani, un uruguayo de 32 años, quién permaneció sin autorización alojado en el subsuelo de la Villa, estuvo a punto de ser fusilado por los palestinos.
Para la revista francesa “Paris Match”, los deportistas uruguayos no ayudaron a los israelíes. “Corrí como un loco hacia el pabellón vecino y di golpes a la ventana de los miembros de la delegación uruguaya: debí haberles dado miedo porque se negaron a abrirme”, dijo Tuviah Sikolovsky, uno de los hebreos que logró escapar de la habitación en el momento del secuestro. Además, la revista acusó a uno de los deportistas uruguayos, aunque no lo identificó, de haber visto a un guerrillero con revolver en mano presto a iniciar su acción e irse a dormir sin decir nada. El artículo “es una infamia que raya en la difamación”, afirmó a “El Día” en 1972 el delegado de natación celeste, Julio César Maglione, quien actualmente preside el Comité Olímpico Uruguayo (COU).
Maglione señaló a Pulso que “nadie sabía lo que pasaba” ya que todos los uruguayos estaban durmiendo. Después de los Juegos de Múnich, “se fueron acentuando las medidas de seguridad en las competencias olímpicas con costos multimillonarios. La seguridad de Atenas 2004 va a costar 600 millones de dólares”, reveló.
La nadadora Felicia Ospitaletche se enteró del secuestro de los deportistas israelíes a las 10 de la mañana cuando se encontró con Maglione. “Me dijo que mi padre había llamado desde Uruguay porque estaba preocupado por mí”, recordó.
Carlos Parmigiani, estuvo —según sus palabras— “de colado en la Villa Olímpica”. El estudiante viajó a Europa con un conocido, Raúl Torrens, que suponía que un viejo violín heredado de su padre era Stradivarius, y quería venderlo en Europa. Además, Parmigiani era amigo de algunos integrantes de la delegación uruguaya como los atletas Josefa Vicent y Darwin Piñeyrúa.
Los compañeros de viaje llegaron a la Villa el domingo 3 de setiembre a la mañana. La delegación —salvo el médico Julio Ekroth— se había ido de paseo. Ekroth, que era amigo de la madre de Parmigiani, le hizo un pase a los dos jóvenes. Sin embargo, los amigos pretendían quedarse por más días. El jefe de la delegación, el coronel Justo Orozco, se oponía tajantemente a ello, por lo que Torrens y Parmigiani debían buscar una solución.
Decidieron alquilar una camioneta combi, similar a la que utilizaba la delegación uruguaya. Finalmente, pudieron ingresar al subsuelo de la Villa, donde estacionaron la camioneta (ver nota aparte).
Fernández, quien comenzó a practicar remo desde los 14 años, recordó que integró como suplente la delegación uruguaya de los Juegos Olímpicos de Múnich 1972. Tenía 29 años y compartía la habitación con Ekroth y con el traductor de la delegación Luis Friedman. El remero dijo a Pulso que “muchas veces que salía del apartamento veía que en el borde de una fuente cercana habían unos muchachos, con todas las características de los fedayines (terroristas árabes), jugando al backgamon”. En cierta ocasión, Fernández encontró en la cocina del pabellón uruguayo “a uno de estos muchachos”, y cuando le preguntó lo que estaba haciendo, este le contestó: “fruit, fruit` (fruta, fruta)”. Para el remero, el joven era uno de los terroristas que “estaba controlando (el lugar) y viendo todo el movimiento que había”.
El 5 de setiembre Fernández se levantó temprano y fue detenido al intentar subir de la planta baja al primer piso. “Me encontré con una persona vestida con un saco y un pantalón blanco, una gorra y la cara pintada con carbón que me impedía subir”, señaló. En determinado momento, el terrorista, que “llevaba una granada en la mano” le quitó al remero la llave de su habitación y le dijo que lo siguiera. “Fuimos a mi habitación y me hizo señas que entrara y no saliera más”, recordó.
El ciclista Elbio Tardaguila, de 29 años, se opuso desde un principio a alojarse con los atletas israelíes. “¿Por qué antes de aceptar este bloque de hospedaje no tratás de cambiarlo?. Fijate que en Israel están en guerra”, le advirtió al técnico de los ciclistas, Ildefonso Soler.
Según Tardaguila, los terroristas “barrieron a los israelitas que se tiraron al suelo porque estaban armados, mientras que a los que se quedaron quietos los dejaron con vida”. El ciclista se despertó con los balazos pero pensó que “eran los alemanes que estaban trabajando en la Villa”. Posteriormente, Tardaguila le dijo a su compañero Jorge Juckich: “Vámonos de acá. Estos tipos (los terroristas) entraron muertos, y no van a salir con vida”. El ciclista quería tirarse por el balcón, ubicado en el primer piso, hacia la planta baja. “Prefería quebrarme antes que me mataran”, confesó.
Para Ekroth, la Villa Olímpica estaba bien vigilada pero “los alemanes fallaron por un exceso de civilismo”, pues “quisieron borrar la imagen militarista alemana” (de la Segunda Guerra Mundial).
El médico rememoró que “al otro día del secuestro y asesinato de los israelíes se hizo un funeral laico en el estadio olímpico en el que participó la Orquesta de Baviera. Había un silencio de ultramuerte porque estaba todo el mundo golpeado”. Ekroth estaba sentado al lado de un delegado israelí que no lo habían matado porque la noche anterior al acto terrorista había participado en una reunión de dirigentes. “De pronto, el hombre se paró, cambio de color, se quejó, y murió de un infarto”, recordó. Después del acto recordatorio, “los Juegos siguieron con poco espíritu olímpico”, puntualizó.
Los Juegos se habían quedado sin espíritu ni alma. El terrorismo y la maldad habían triunfado sobre el deporte, enterrado bajo tierra, aunque sin ceremonia fúnebre.
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