“A las 4.30 me despierto por unas explosiones, sigo durmiendo, pero tengo frío, no es muy cómoda la camioneta y hay mucho ruido. A las 5.30, 5.45, siento unos gritos, pienso que son los stewards (encargados) de las delegaciones que entran a las 6.00 y ya están haciendo bulla. Estoy molesto y decido levantarme, así se lo comunico al gordo (Raúl Torrens, su compañero de viaje). Aprovecho que parece que se hizo silencio y bajo de la camioneta. Sin embargo, en frente me parece ver un tipo detrás de una columna con una pistola en la mano, pero no! no puede ser”.
Parmigiani se dirigió a la puerta que
comunicaba al garaje con el pabellón. “Pongo un pie dentro (del edificio de los
uruguayos) y mayúscula sorpresa. Dos hombres saltan a cada lado y con
ametralladoras de grueso calibre me encañonan gritando no sé en que idioma. Yo
estoy helado, pienso que debe ser por nosotros (Torrens y él), que nos buscan
porque estamos de contrabando en la Villa. Surge un momento de tensión enorme, y los
dos amartillan las ametralladoras. De improviso, se me enfrenta un tercer
hombre armado, igual que los dos primeros, y con la cara toda embetunada. Me
habla, mejor dicho me grita algo.
Yo balbuceo una excusa, y uno grita,
supongo, get out (vete afuera). Yo
trato de retroceder, con las manos en alto, pero parece que se arrepiente y me
dice algo en un idioma que no entiendo. Parece que al que me habla le disgusta
que no hable nada. Se calla un instante y luego amartilla la metralleta. Están
de nuevo a punto de pasarme para el otro lado”.
Parmigiani reacciona y decide hablar en
inglés y decir que es uruguayo. “El capo me pregunta extrañado: ´¿de donde?`.
Me pregunta que hago allí a esa hora. Le respondo, como puedo, que estoy dando
un paseo porque no podía dormir (...). Le digo que (me alojo) arriba, en el
edificio con la delegación de Uruguay. Me dice que no; (y yo le) insisto. Se
pone en guardia; estoy otra vez en peligro, (ya que) amartillan de nuevo. El de
mi izquierda es muy joven; está de remera roja y pantalón claro. El de mi derecha
no lo veo muy bien pero es más mayor.
El capo es bajo, pero firme y parece
preparado (me habló en cuatro idiomas!). Aparece un cuarto tipo que asoma la
cabeza (...) y supongo que confirma mis palabras, por que le dice no sé qué al
capo que me está apuntando, y éste (el capo) se distiende. Me llevan al piso
superior (planta baja) apuntándome uno de cada costado y el capo atrás. Llego y
hay otro en la puerta de Israel con otra ametralladora. Además, hay cajas, creo
que con granadas y cargadores.
Comprendo que el asunto no es por mí sino
que es guerra árabe-israelí, pero no sé lo que pasa. Me tranquilizo un poco, e
insisto que soy uruguayo. Me dice el capo que me identifique. Claro que yo no
tengo identificación olímpica y mi pasaporte está en la habitación de los
ciclistas. Le explico que no (la) tengo, que está arriba. Vuelve a ponerse
receloso. Duda un instante, consulta con el que está en la puerta israelí. Yo
vicho un poco hacia adentro, pero no puedo ver nada más que un inmenso
desorden”.
El uruguayo percibe que los terroristas no
toman ninguna decisión sobre su destino. “Entro a temblar de nuevo, me
desconcierta totalmente lo que está pasando. Pienso que ha sido un asesinato y
mi situación es supercomprometida. Por reflejo intento oprimir el botón del
ascensor, pero el capo me lo impide de un empellón y me señala la escalera. Me
siguen apuntando los 4 pero desamartillados.
Subo hasta el primer rellano, me siguen 2
(el capo y otro), el joven se queda apuntando desde abajo y el otro continúa en
la puerta de los israelíes. Me hace detener en el rellano y el capo me revisa
todo. Comprueba que no llevo armas y me hace señas de seguir. Subimos hasta el
segundo piso y cuando voy a poner la mano en el picaporte de la puerta que da
al balcón desde donde se accede a los cuartos de Uruguay siento otra vez el
´clac` de la ametralladora amartillándola.
En ese instante, el uruguayo se queda duro.
“Le explico que ahí es donde está la delegación uruguaya. No me cree, insisto y
le digo que mire. Me hace abrir la puerta y encañonándome de costado, saca la
cabeza por el balcón y se cerciora. Me pone el caño de la metralleta en la
espalda y me empuja hacia el balcón, a la vez que me dice en inglés algo que
interpreto como que: ´vaya a buscar la identificación y vuelva`. Camino
despacio hacia el cuarto de los ciclistas que queda casi al otro extremo. Me
sigue apuntando desde la puerta. Toco el timbre en el cuarto de (Ildefonso)
Soler y me abre después de unos instantes que me parecen eternos”.
Parmigiani le relata a Soler lo ocurrido. El
técnico de los ciclistas le dice que todo se deba seguramente a un robo. “Estoy
sumamente nervioso, tiemblo de pies a cabeza. Son las 6.20. Me tiro en una
manta y todos (los ciclistas) se vuelven a dormir. Me pasan mil diferentes
ideas y el ´Gordo` (Torrens) no sé donde está, pero no puedo salir a avisarle.
Que sea lo que Dios quiera”.
“A
las 8.00 golpean, vuelvo a temblar. Es (el boxeador Jorge) Acuña que avisa que
el edificio está en manos de guerrilleros árabes que han entrado en los cuartos
de los israelitas, parece que hay muertos. Se prohíbe salir a todo el mundo.
Ahora hay gente mirando desde los alojamientos de enfrente y se puede ver,
sacando la cabeza, al capo tiznado con la metralleta que se asoma por la puerta
del balcón. Por las dudas los ciclistas deciden tomarse los vientos por el otro
lado del edificio que no hay nadie. Salimos de a uno. Creo que nos ven pero no
importa. Me voy al frente, me encuentro con Raúl (Torrens) y (la deportista)
Josefa (Vicent). Abrazos, estaban superpreocupados”.
Ver el artículo principal: "Cuando el terrorismo tiñó de rojo la blanca bandera olímpica"
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