
Sorpresa y media. Buenos Aires se iluminó con el encendido de dos Janukiot públicas.
El actor y presentador televisivo Julián Weich, el campeón mundial de magia Adrián Guerra, una marcha de antorchas, fuegos artificiales y una feria artesanal formaron parte del festejo de Janucá (la Fiesta de las Luminarias) que en la Plaza General Manuel Belgrano realizó el lunes 10 la comunidad NCI- Emanu El, integrante de la Fundación Judaica, institución que dirige el rabino Sergio Bergman, autor del libro Manifiesto Cívico Argentino y líder espiritual del Templo Libertad, la sinagoga más antigua de Buenos Aires.
En otra plaza porteña, que lleva el nombre de República Oriental del Uruguay, Jabad Lubavitch Argentina realizó el miércoles 5 su encendido público. Una pantalla gigante, fuegos artificiales, las orquestas Kef y Der Faier, entrada gratuita y lugares para sentarse, fueron la propuesta de la filial argentina de Jabad, cuyos actos públicos de Janucá tienen lugar en casi todo el planeta.
Los encendidos públicos de janukiot (candelabros de 8 brazos) en Uruguay (Beit Jabad del Uruguay, Plaza Trouville) y en el resto del mundo, en especial en Israel, son cada vez más comunes.
Las fuentes judías nos indican que el precepto del encendido de las velas de Janucá debe cumplirlo cada persona en su casa y asimismo nos señalan que debemos publicitar el milagro ocurrido en esta festividad, cuando un frasco con una mínima cantidad de aceite sirvió para el encendido de la Menorá (candelabro del Templo de Jerusalem) durante ocho días.
Veamos cuáles son los valores asociados a esta festividad y tratemos de evaluar si se adecuan mejor a la casa, a la plaza o a ambas.
Identidad. Janucá es la fiesta de la identidad. Los macabeos y el pueblo judío debieron enfrentar la amenaza del genocidio espiritual promovido por el Imperio Griego. Las prohibiciones de estudiar la Torá (Pentateuco), realizar circuncisiones, respetar el sábado (Shabat), entre otras, buscaron debilitar el sentido identitario del pueblo judío.
Ahora bien, ¿dónde se conforma la identidad judía de un individuo? La casa es el lugar del aprendizaje, del intercambio fructífero entre los integrantes de una familia, de la vivencia judía diaria, semanal, mensual o anual.
La identidad también se gesta en la plaza, que es la intemperie, el desarraigo, en suma, aquél lugar que no me es familiar y por ello también que me ayuda a moldear mi identidad judía.
Familia. Es lo primero, según afirmaba el protagonista de una serie televisiva cuyo eje eran las vivencias de una familia italiana; es la base de la sociedad dicen otros. Una encuesta reciente realizada por el diario israelí Yedihot Ahronot y la organización no gubernamental Gesher señala que el 35% de los judíos israelíes consideraron a Janucá una fiesta relacionada con la familia y el 83% dijo que encendería la janukiá durante todos los días de la festividad.
Si tomamos un concepto amplio e inclusivo de familia que también incluye a amigos y conocidos, vemos que Janucá es una festividad propicia para el encuentro familiar, el encendido de velas, los diálogos sobre la festividad y lo cotidiano, el momento para compartir unas sufganiot (bolas de Janucá) y unos latkes (medallones fritos rellenos de papa). Esto se consigue sólo en la casa ya que ella aglutina a la familia en un espacio propio y fructífero para el diálogo, para el encuentro, para permanecer, para estar; se opone al espacio transitorio y efímero de la plaza.
Memoria y milagro. Aquí la plaza cumple una mejor función. Nos hace “sentir” a los partisanos judíos cantando su himno y afirmando: “Aquí estamos”. Sí, a pesar de todo, aquí estamos. El recuerdo de los macabeos, su hazaña, su valentía, su coraje. Aquella defensa apasionada de un pueblo, un ideal, una historia, de su lucha por la libertad de toda persona de expresarse y ser (en este caso judío) como más le plazca. Nuestra tradición establece que debemos publicitar el milagro. ¡Y qué mejor lugar para hacerlo que en la plaza!
En definitiva, entiendo que la plaza nos ayuda a reforzar nuestra identidad, a marcar presencia, a difundir el milagro, a ejercitar nuestras memorias de manera colectiva pero no deja de ser un lugar de tránsito, de pasaje, un lugar en donde a las palabras se las lleva el viento. Sin embargo, y pensando en lo duradero, sin casa, no hay plaza que valga.
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