26 dic 2022

La rabina

Un cuento corto escrito por Martín Kalenberg


Dalia Valladares era una reconocida rabina israelí, que soñaba con ser la primera mujer en integrar un tribunal rabínico.


Tenía 75 años de edad y una vida llena de logros, metas académicas, profesionales y personales que había alcanzado.


Aun cuando se consideraba una liberal, tenía en claro que convertirse en una jurista religiosa no iba a ser una tarea sencilla, ya que ese era un rol pensado por y para los hombres.


En particular, Dalia quería hacer justicia con aquellas mujeres y hombres que hacía años esperaban para divorciarse, pero no lo habían conseguido por la tosquedad, en el mejor de los casos, o por la maldad de sus cónyuges.


Eso mismo le había sucedido a ella, cuando ya siendo madre de una pequeña hija, se había divorciado de su marido.


Este, un prepotente que solo quería hacerle daño, no le concedía el divoricio con el único fin de angustiarla, pero Dalia —al igual que Messi y sus compañeros— no se había dado por vencida y, finalmente, había logrado desprenderse de aquel malnacido.


Sabía que debía estudiar mucho para obtener el título de jueza, ya que a ella le exigirían más que a los demás, incluso debería viajar a distintas partes del mundo (también a su querida Buenos Aires) para especializarse, realizar prácticas e investigar sobre el tema.


Mariano, un primo de Dalia, era un ferviente ortodoxo que no compartía el hecho de que ella fuera rabina, y montó en cólera cuando se enteró que quería tener la potestad para dirimir pleitos religiosos.


Dalia, con toda la paciencia del mundo, le explicó que esa era su vocación, y que ayudaría a todo aquel que lo necesitara, fuera mujer u hombre, y que le cobraría a cada cual según fuera su capacidad económica.


“No es justo que estemos sometiendo a gente de bien a la crueldad de otros”, le dijo Dalia. Además, el argumento de “y vos qué apuro tenés para divorciarte, si no te vas a volver a casar es perverso”, sentenció.


La rabina le recordó a su primo el episodio ocurrido en la final del Mundial 2006 entre el francés Zinedine Zidane y el italiano Marco Materazzi, cuando el galo agredió físicamente a su rival luego de ser provocado por este.


“Los provocadores muchas veces se salen con la suya. La gente le termina creyendo a ellos”, dijo Dalia. “Ves, Mariano, lo mismo pasa con los divorcios. Basta con que una de las dos partes invente una historia creíble para que se la traguen”.


Mariano seguía sin coincidir en nada con su prima, pero aceptó que estuvieran conectados vía la red laboral LinkedIn. Dalia le dijo con ironía: “veo que avanzamos”.


En ese momento, apareció el galeno Arnoldo impecablemente trajeado. Quiso intervenir en la conversación, pero no lo dejaron. Hombre perseverante, si los hay, quería dar su postura como hombre racionalista y agnóstico.


“Esto no tiene ningún sentido. Hombres y mujeres pueden y deben estudiar y ejercer el oficio que ellos elijan. Al final, los hermanos Marx tenían razón: ´la religión es el apio de los pueblos`”, dijo con su fino sentido del humor.


Todos rieron y reflexionaron al unísono: “el humor salvará al mundo”.


22 dic 2022

La amenaza

Un cuento corto escrito por Martín Kalenberg


Sandra era hija única. Tenía 8 años y pasaba con su padre, Ildefonso, un fin de semana por medio en el pequeño apartamento de la calle Julián Menéndez.


La niña le tenía mucho miedo a la oscuridad y le preocupaba el hecho de que no hubiera cámaras en el viejo edificio del barrio Pinerolo.


Su padre la tranquilizaba mediante una aseveración que a ella la hacía reír tanto como la tranquilizaba: "si alguien entra a esta casa, lo voy a cagar a piñazos y lo voy a echar a patadas en el culo".


El principal causante de estos traumas era Bernardo, un vecino de la madre de la niña, que tenía amenazados al padre y a su hija, un odio alimentado por las calumnias esparcidas por Mariana, la ex esposa de Ildefonso.


La precaución que Ildefonso y Sandra habían tomado era cerrar, al irse a dormir, la única ventana y puerta del apartamento, pero aun así vivían preocupados.


Los fines de semana que compartían transcurrían entre juegos de naipes y de caja, ricas comidas, películas y también YouTube.


El vínculo entre padre e hija se había ido afianzando con el paso del tiempo, pero aún la pequeña extrañaba mucho a su madre cada vez que se separaba de ella.


Ildefonso hacía todos los intentos para que Sandra no extrañara y, generalmente, lo lograba, aunque no se trataba de una tarea fácil.


El juego infantil de Sandra hacía que su padre se preocupara por el crecimiento intelectual de la niña, pero los psicólogos le decían que era un comportamiento normal ante una situación de crisis e incertidumbre como lo era una separación.


Era un sábado de noche, cuando después de escuchar y bailar Waka Waka, la canción oficial del Mundial de Sudáfrica 2010, ambos decidieron que ya era hora de irse a dormir.


Apenas habían pasado las 22:00 de una cálida noche de enero y el aire acondicionado estaba prendido a todo lo que daba. Sandra se fue a su cuarto e Ildefonso al suyo. Ambos estaban muy cansados.


De pronto, en medio de la noche, se oyeron pasos en el cuarto piso del antiguo edificio. Ildefonso, casi como un zombi, se acercó a la puerta, vio una sombra y se asustó.


No quería que Sandra se despertara, por lo cual se manejó con mucho sigilo. Supuso que era el corpulento Bernardo quien los estaba acechando.


Pasaron unos minutos, que fueron de mucha tensión para Ildefonso, cuando el violento de Bernardo empezó a derribar con un hacha la puerta de entrada al departamento.


La lucha fue encarnizada. Ildefonso recordó todas las enseñanzas del profesor de lucha Llubito Ferro (como Óscar, el exarquero aurinegro) y se defendió como un león para después contraatacar.


Finalmente, con un gancho de derecha, Ildefonso pudo noquear a su rival y enemigo. En ese momento, Sandra se despertó y corrió para abrazar a su papá.


El calvario había terminado.


19 dic 2022

El acosador

Haydé ya no lo soportaba más. El acoso de Jerónimo se volvía cada vez más violento. Le insistía, durante cada noche del año, en que quería salir con ella a tomar un trago y luego continuar la velada en su casa escuchando buena música y tomando una Amarga Vesubio.


Ella estaba en pareja con Ildefonso, luego de haber vivido un complicado divorcio en el cual sus cuatro pequeños hijos habían sido las principales víctimas.


Jerónimo era un ochentón al que le gustaban las cuarentonas. Había enviudado hacía cuatro años, y luego del primer año del fallecimiento de su esposa se había propuesto conseguir una nueva pareja.


Este hombre, un ateo devenido en místico religioso, apuntaba a mujeres piadosas, que iban a misa todos los domingos.


En sus años de soledad había recurrido con insistencia a su hábil mano derecha, pero la satisfacción obtenida no le era suficiente, así que comenzó su cacería de chicas.


Su insistencia era tal que muchas lo tildaban de “pesado”. Pero con Haydé  la cosa era distinta. Estaba obsesionado con ella. La atomizaba día y noche.


Ildefonoso, el joven novio de Haydé, volaba de furia. Había decidido ayudar y apoyar a su pareja en todo, pero sin enfrentar a Jerónimo, teniendo en cuenta la edad, el poder económico y las influencias del acosador.


Pero un día el asunto pasó a mayores. Haydé paseaba como todas las noches con su gato Victorino, ataviado con los colores del Nacional de Montevideo, cuando fueron interceptados por el viejo Jerónimo, quien empujó a su víctima contra una pared.


Haydé no sabía cómo liberarse, y aunque Victorino hacía lo posible por ayudarla, la fuerza del viejo verde era la que prevalecía.


La mujer recordó sus experiencias en la academia Good Gym, donde había aprendido un arte marcial criollo: el denominado taladro. Golpeó con precisión y fortaleza los envejecidos testículos de su agresor y se lo sacó de encima.


El exateo la persiguió de forma furibunda. “A qué velocidad corre este reverendo hijo de puta”, pensó Haydé mientras huía con todas sus fuerzas, como nunca antes lo había hecho.


La persecución fue de alto voltaje hasta que Haydé pudo entrar a su edificio y librarse —al menos por un tiempo— del viejo acosador.


Enseguida llamó a su novio. El temperamental Ildefonso trató de mantener la calma, aunque le fue muy difícil. Tenía ganas de golpear a Jerónimo, aunque sabía que con ello no lograría nada.


El joven habló con su confidente: el galeno Arnoldo. El médico, un hombre vehemente pero más tranquilo que su amigo, le recomendó hablar con los hijos del anciano, ya que quizás ellos pudieran ayudar.


Ildefonso y Haydé se reunieron con Mario y Adriana, quienes defendieron a su padre a capa y espada. Tildaron a Ildefonso de beodo, holgazán e inútil y no escucharon el relato del sufrimiento de la señora de las cuatro décadas.


“A veces el diálogo no conduce a nada”, reflexionó Ildefonso. Para distender el ambiente, Haydé lo invitó a ver la divertida comedia de enredos árabe “Alma mía” y le propuso ahogar sus penas en una Guaraná dietética.


“Tratemos de olvidarnos de esto, al menos por un rato”, le dijo ella a él. Lo miró con sus ojitos tristes pero esperanzados. Ambos se fundieron en un cálido abrazo, al cual se sumó el felino Victorino, quien era para ellos el hijo que nunca habían podido tener.

4 dic 2022

Estas y aquellas. El valor del disenso

Patricia era una compañera de facultad. Mujer, feminista, emepepista, no judía, no creyente, hincha de River y del barrio Peñarol.

¿Qué teníamos en común? Absolutamente nada. De hecho, se podría decir que nuestras ideas estaban en las antípodas. Lo interesante es que siempre intentábamos dialogar, aun en el desacuerdo (lo cual era lo más común).

Recuerdo que cierta vez un periodista argentino vino a dar una charla sobre el régimen castrista en el teatro del diario El País en la Plaza Cagancha.

Patricia no quería escuchar lo que este reportero fuera a decir sobre la dictadura cubana. Le dije que tenía que oír sus argumentos y así saber como contrarrestarlos, así como yo debería escuchar a un conferencista propalestino.

Así como quería compartir una clase con compañeros que pensaran diferente (cosa que me aportó en lo humano, en lo académico y en lo profesional) también pienso que una comunidad/sinagoga tiene que estar compuesta por personas que piensen diferente y así lo puedan manifestar públicamente mediante charlas, debates o intercambios de ideas, sin temor a ser censuradas por ello.

De lo contrario, caeríamos en una problemática que planteó con gran claridad el rabino ortodoxo moderno israelí-holandés Nathan Lopes Cardozo: hay personas con las que no puedo rezar, pero sí puedo hablar. Sin embargo, hay con quienes puedo rezar, pero no puedo hablar.

Esta es una de las grandes problemáticas judías, la cual podemos evitar si tan solo seguimos el dictamen talmúdico (Eruvin 13b): “estas y aquellas son las palabras del Dios viviente”.

Esta sentencia talmúdica prácticamente solo es tomada en cuenta por las corrientes liberales del judaísmo religioso y se ha convertido en su caballito de batalla y leit motiv, pero es ignorada por parte de la ortodoxia, incluso la moderna.

El “estas y aquellas”, referido a las enseñanzas y dictámenes de las escuelas de Hilel y de Shamai (comienzos de la Era Común), enfatiza en que es loable que haya más de una posición respecto a un tema.

De hecho, la jurisprudencia judía siempre ha conservado las opiniones no aceptadas en cierto momento histórico, ya que quizás en el futuro puedan ser relevantes para resolver cierto problema.

Con “estas y aquellas” mantenemos vivo a Dios y al debate e interés por lo judío, despertamos la curiosdad de los chicos y los jóvenes en lugar de transmitirles un dogma. Dios vive en y gracias a nuestro debate.

De hecho, el judaísmo es lo más antidogmático que hay. Lo más parecido a un dogma son los 13 principios de fe del pensador, legislador y médico Moisés Maimónides (1138-1204).

Cuando obviamos el debate ganan la intolerancia y los agravios.

Justamente, a principios de julio de 2022, en ocasión de la presentación del nuevo libro del dos veces expresidente doctor Julio María Sanguinetti, el historiador Gerardo Caetano se refirió a la cultura de agravios propia de la actual política uruguaya en esta época de las redes sociales.

Cuando obviamos el debate, ganan la ignorancia y el chisme. De hecho, hay un versículo bíblico en el libro de Levítico (19:16) en el cual se estipula que no hay que estar entre los “chismosos de Israel”. Lo interesante es que ese versículo sigue con el texto “no te quedarás parado (inmóvil) ante la sangre de tu hermano. Yo soy Dios”.

La pregunta es: ¿cuál es el vínculo entre la primera y la segunda parte de este versículo, las cuales parecen inconexas?

Entiendo que cuando caes en el chisme, el agravio, la calumnia y el rumor, te dejaste de preocupar por la sangre de tu hermano, por su bienestar físico y emocional.

También dejaste de dialogar e intercambiar ideas con él porque tus intereses están centrados en asuntos banales y vulgares. Por tanto, sos indiferente ante sus ideas y pensamientos.

La falta de debate es el nuevo tzaraat, una enfermedad bíblica (comparada por algunos a la lepra) que atacaba no solo la piel de la persona, sino también a sus posesiones materiales.

Al enfermo de tzaraat se lo conocía como el metzorá, definido por la exégesis judía como aquel que de su boca solo salen palabras oprobiosas sobre sus semejantes.

Cuando caés en el agravio en lugar de dar el debate de ideas, te enfermás de tzaraat, y no solo vos, sino también todo lo tuyo.

Para contrarrestar los discursos hegemónicos, sean los liberales o los ortodoxos, no queda otra que dar el debate de ideas, aunque quienes no aceptan el disenso te vayan a calificar de reaccionario o de hereje.