12 jul 2023

El cabalista y el papa

Abraham Abulafia había tenido una visión profética. Debía reunirse con el papa Nicolás III para informarle acerca de lo que le había sido revelado diez años atrás.


Aun cuando era español (de Zaragoza, más precisamente), vivía hacía años en tierras italianas, por lo cual sabía bien dónde encontrar al sumo pontífice. 


El místico judío no pidió una audiencia con la máxima autoridad de la Iglesia Católica, partiendo de la base de que su santidad lo recibiría de buenas a primeras.


Tiempo atrás, Abulafia había marcado un hito en la mística judía creando la denominada cábala extática. Los estados de arrebato a los que llegaba eran casi demenciales. ¿Era un iluminado o un loco? Ahí radicaba la cuestión.


Lo cierto es que Abraham era un hombre con formación filosófica, aun cuando no formal, que había devenido en un místico.


Combinaba las letras hebreas del nombre divino y entraba en un estado de trance mucho más severo del que, siglos después, vivirían los feligreses de la misa carismática del padre Julio Elizaga en la costera Malvín de la capital uruguaya.


Era el año 1280. Abulafia entraba a su cuarta década de vida. Ese día, el gran día para él, se levantó temprano, se envolvió en su manto sagrado, se colocó las filacterias y se puso a practicar la contemplación meditativa. Aún no había amanecido. La oscuridad envolvía sus pensamientos extáticos. Por un momento se preguntó: "¿estaré perdiendo la cordura?".


Se le empezó a nublar la vista, no pudo contemplar sus pensamientos, se sintió mal y se dio cuenta de que su estado de conciencia estaba sumamente alterado. De todas formas, siguió con el rito y terminó desmayado.


A las dos horas despertó todo traspirado. Era momento de pensar qué llevaría para su travesía. En una pequeña cartera apenas pudo colocar un poco de agua y de comida. "Dios proveerá", conjeturó.


Estaba en Nápoles, tierra en la que siglos más tarde brillaría Diego Maradona. ¿Abulafia hubiera concebido al Diego como a un enviado divino? 


Tenía que dirigirse a Soriano, una villa cercana a Roma, donde el santo padre estaba veraneando.


El camino fue duro. Era setiembre; los últimos coletazos del verano italiano se sentían. Debió sortear a bandoleros, timadores y piratas mafiosos utilizando sus conocimientos de artes marciales hebreas.


Por error, primero fue a Roma. Luego recordó lo que había leído en La Repubblica (conocido periódico nacional que ya existía en aquel entonces) acerca de las vacaciones de Nicolás.


Durante el trayecto de Roma hacia Soriano no paró de pensar qué le diría al representante católico en esa fecha tan peculiar: la víspera del año nuevo judío. 


“El Creador me ha revelado que ya estamos en la época mesiánica y debes liberar a los judíos del yugo al cual los tienes sometidos”. Meditaba cada una de las palabras que pronunciaría en un claro italiano.


Finalmente llegó a destino. Allí lo esperaba una sorpresa. Un grupo de la guardia de los franciscanos armados le impedía el paso. “Pero, ¿cómo pudo haberse enterado el papa de mi visita?”, se preguntó.


En ese momento, Abraham se concentró con todas sus fuerzas y una segunda boca apareció en su cara. Los guardias, asustados, corrieron en masa para detenerlo. “¡Detengan a ese fanático!”, gritaban. Y lo lograron. Ahora le esperaba la cárcel.


El cabalista estuvo dos semanas recluido en un convento romano. Suficiente tiempo para evaluar lo que había ocurrido. Pero algo asombroso ocurrió. Escuchó una conversación entre sus carceleros. Comprendió que, apenas lo arrestaron, el papa murió de un accidente cerebro vascular.


“¿Esto es casual?”, se cuestionó. Entendió que no. Cumplir con su misión había sido clave en este episodio. Dudó un momento sobre si estaba cuerdo o loco. “Cordura es sentir apego y amor por Dios. Locura, es estar lejos de Él”, sentenció.

6 jul 2023

Éxtasis místico

Hace algunos días volví a ver la película Alma mater del cineasta uruguayo Álvaro Buela.


Aunque es del 2004, no perdió vigencia. Trata de Pamela, una cajera de un súper montevideano que vive una vida monótona y dura: no tiene amigos, su madre autista está internada en un residencial (a su padre no se lo menciona) y está harta de su trabajo.


Busca un refugio espiritual, y lo encuentra, en una especie de iglesia neopentecostal que mucho hace recordar a la Iglesia Universal del Reino de Dios (conocida popularmente como Pare de Sufrir).


Ella cree que tiene una misión celestial con la cual cumplir.


Imagina (o no) que un hombre en el supermercado la acosa, pero luego se da cuenta de que es un enviado divino que la quiere convencer de su misión: tener un hijo, aun siendo virgen, quien salvará al mundo.


Conoce a un travesti, Katia, que se convierte en su mejor amiga y confidente, aunque ambas llevan un estilo de vida radicalmente distinto.


Lo interesante es como Pamela va imaginando, poco a poco, en el marco de sus delirios místicos, que tiene una misión en la vida.


Se autoconvence de su rol fundamental en este mundo y de que no tiene escapatoria al mismo, tal como el bíblico Abraham cuando Dios le dice que debe abandonar la casa de sus padres para dirigirse a la tierra prometida. 


“No siempre van juntos lo místico y lo religioso. Lo religioso está más asociado a lo institucional, y a mí me interesaba el sentimiento místico porque es algo que yo sentía y veía en la sociedad uruguaya de una manera secreta y hasta culposa”, decía Álvaro Buela a muy poco de estrenada la película.


Es cierto. Los uruguayos escondemos lo místico para que no nos tilden de locos.


Pero el exceso de éxtasis místico sí puede llegar a enloquecernos.


Es por eso que el fundador de la cátedra de misticismo judío de la Universidad Hebrea de Jerusalem, el Dr. Gershom Scholem, en su libro Grandes tendencias de la mística judía, afirmó que los cabalistas de finales del 1200 impidieron que el público conociera las obras del místico Abraham Abulafia (fundador de la denominada cábala extática), ya que “deseaban evitar el riesgo de que la gente se lanzara a aventuras extáticas sin la preparación adecuada y luego creyera que tenía poderes visionarios, lo que podría ser peligroso”.


De hecho, en 1280, luego de una década de haber tenido una revelación, Abulafia quiso ver al papa Nicolás III en Roma para intentar convertir al sumo pontífice al judaísmo. Fue apresado durante dos semanas por los franciscanos.


"El judaísmo es una religión adulta, desembriagada. El acercamiento a Dios nunca tiene lugar en una adhesión mística", afirmaba por su parte Emmanuel Levinas, principal filósofo judío del siglo XX.


Para Buela, “la humanidad necesita creer en algo y la fe es una de las formas de creer en algo. No es la única, ya sabemos que hay otras maneras de aferrarse.


De última la religión y lo místico, explorando un poco, son una manera de tolerar la idea de la muerte, todas las religiones aspiran a una trascendencia y un más allá que no solo hace más tolerable la idea de la muerte, sino que hace más soportable la vida”.


El éxtasis místico es solo apto para quienes están preparados emocionalmente. De lo contrario, puede tener el mismo efecto que la droga que lleva su nombre.