Hace algunos días volví a ver la película Alma mater del cineasta uruguayo Álvaro Buela.
Aunque es del 2004, no perdió vigencia. Trata de Pamela, una cajera de un súper montevideano que vive una vida monótona y dura: no tiene amigos, su madre autista está internada en un residencial (a su padre no se lo menciona) y está harta de su trabajo.
Busca un refugio espiritual, y lo encuentra, en una especie de iglesia neopentecostal que mucho hace recordar a la Iglesia Universal del Reino de Dios (conocida popularmente como Pare de Sufrir).
Ella cree que tiene una misión celestial con la cual cumplir.
Imagina (o no) que un hombre en el supermercado la acosa, pero luego se da cuenta de que es un enviado divino que la quiere convencer de su misión: tener un hijo, aun siendo virgen, quien salvará al mundo.
Conoce a un travesti, Katia, que se convierte en su mejor amiga y confidente, aunque ambas llevan un estilo de vida radicalmente distinto.
Lo interesante es como Pamela va imaginando, poco a poco, en el marco de sus delirios místicos, que tiene una misión en la vida.
Se autoconvence de su rol fundamental en este mundo y de que no tiene escapatoria al mismo, tal como el bíblico Abraham cuando Dios le dice que debe abandonar la casa de sus padres para dirigirse a la tierra prometida.
“No siempre van juntos lo místico y lo religioso. Lo religioso está más asociado a lo institucional, y a mí me interesaba el sentimiento místico porque es algo que yo sentía y veía en la sociedad uruguaya de una manera secreta y hasta culposa”, decía Álvaro Buela a muy poco de estrenada la película.
Es cierto. Los uruguayos escondemos lo místico para que no nos tilden de locos.
Pero el exceso de éxtasis místico sí puede llegar a enloquecernos.
Es por eso que el fundador de la cátedra de misticismo judío de la Universidad Hebrea de Jerusalem, el Dr. Gershom Scholem, en su libro Grandes tendencias de la mística judía, afirmó que los cabalistas de finales del 1200 impidieron que el público conociera las obras del místico Abraham Abulafia (fundador de la denominada cábala extática), ya que “deseaban evitar el riesgo de que la gente se lanzara a aventuras extáticas sin la preparación adecuada y luego creyera que tenía poderes visionarios, lo que podría ser peligroso”.
De hecho, en 1280, luego de una década de haber tenido una revelación, Abulafia quiso ver al papa Nicolás III en Roma para intentar convertir al sumo pontífice al judaísmo. Fue apresado durante dos semanas por los franciscanos.
"El judaísmo es una religión adulta, desembriagada. El acercamiento a Dios nunca tiene lugar en una adhesión mística", afirmaba por su parte Emmanuel Levinas, principal filósofo judío del siglo XX.
Para Buela, “la humanidad necesita creer en algo y la fe es una de las formas de creer en algo. No es la única, ya sabemos que hay otras maneras de aferrarse.
De última la religión y lo místico, explorando un poco, son una manera de tolerar la idea de la muerte, todas las religiones aspiran a una trascendencia y un más allá que no solo hace más tolerable la idea de la muerte, sino que hace más soportable la vida”.
El éxtasis místico es solo apto para quienes están preparados emocionalmente. De lo contrario, puede tener el mismo efecto que la droga que lleva su nombre.
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