5 mar 2024

Aventuras en la embajada

Publicado el 7 de diciembre de 2023

Prólogo


Corría la década del 60 del siglo XX cuando el experto en marketing de la Universidad de Salamanca, Raúl Barriga, fue convocado por el ministro de Relaciones Exteriores de la época, el formal Don Jorge Graziano, para una misión muy particular: poner en orden a una de las pocas embajadas uruguayas ubicadas en un desconocido país del Medio Oriente.


Barriga estaba casado con Lola Asimov (una parienta lejana del célebre escritor de ficción Sir Isaac Asimov) desde hacía más de diez años, pero aún no tenían hijos.


La oportunidad de viajar al exótico país y permanecer por dos años era muy atractiva para la pareja, ya que Raúl estaba cansado y aburrido de su trabajo como publicista y Lola estaba muy entusiasmada con el hecho de que finalmente cambiarían de aires.


De todas formas, lo debatieron durante varios días e incluso lo consultaron con varios de sus íntimos amigos y su familia más cercana.


Los argumentos estaban claros de los dos lados. Los contrarios: irse de su país natal a un destino lejano, desconocido e inhóspito; los a favor: conocer un nuevo lugar en el mundo, vivir una aventura, abrir la mente, interactuar con personas de otra cultura y buscar un hijo.

El viaje


Finalmente el viaje se concretó para el 24 de agosto de 1962, un día antes del feriado de la Declaratoria de la Independencia. En Medio Oriente las temperaturas promediaban los 40 grados celsius, por lo que la pareja preparó mucha ropa veraniega, pero también algo de abrigo, sabiendo que luego vendría un benévolo aunque frío invierno.


El vuelo, en la legendaria aerolínea estadounidense Panam, fue interminable. Muchas escalas, demasiado tiempo de espera y excesiva seguridad, pero sin la pandemia que aquejaría al mundo casi 60 años después.


Sin embargo, las ganas de Raúl y Lola pudieron más. Llegaron a destino en una de las tantas noches estrelladas que juntos verían durante casi un cuarto de siglo. No entendían el extraño idioma que allí se hablaba, aunque eso no importó porque enseguida sintieron una conexión con el lugar.


En la pista de aterrizaje ya estaba para recibirlos el embajador Arnaldo Lagarde, quien sería el primer jefe de Raúl, y con quien mantendría una pésima relación laboral y humana.

Los primeros tiempos


Hombre hedonista, que se dedicaba a disfrutar de los placeres de la vida, los cuales no incluían el trabajo, Lagarde llevó a la pareja a su nuevo hogar en el norte de la bella ciudad costera.


Era ya muy tarde en la noche y el barrio estaba mal iluminado. El embajador los dejó en la entrada del apartamento, el cual él mismo se había ocupado de alquilar, con la promesa de que los ayudaría en esos primeros meses de adaptación.


Sintieron miedo. Eran los primeros momentos de la nueva vida que habían elegido. La aventura había comenzado. La noche fue caótica. Había mucho que hacer y ordenar, y el abrupto cambio respecto al huso horario del Río de la Plata no les permitió pegar un ojo.


A la mañana siguiente, Raúl hizo como pudo para levantarse, se puso la ropa que tenía a mano y, con dificultad, logró dar con el ómnibus que lo llevaría al barrio de Kenatón, en la capital Ierasalima, donde se ubicaba la embajada nacional.


En su primer día de trabajo, Raúl llegó a las ocho de la mañana, una hora antes de que abriera la misión consular. Luego de aquella jornada, su costumbre sería llegar a la representación diplomática a las 6:30 cada mañana, lloviera o tronara, hiciera frío o calor.


Vestido de traje gris y de corbata tricolor (siempre fiel a su pasión por los albos del Gran Parque Central), Barriga traspasó la puerta de la embajada y se puso a la orden de su jefe.


El embajador, quien ya a esa hora de la mañana se encontraba bebiendo un whisky y fumando un cigarrillo Coronado, le dijo: “Barriga: estamos cerca de fin de mes. Encárguese de liquidar los sueldos”.


Asimismo, el mandamás le explicó que: “un vaso de whisky llama a otro, y así me termino tomando una botella por día”.


Raúl no podía dar crédito a lo que sus ojos veían y sus oídos escuchaban. Pero no tuvo más remedio que ponerse a trabajar en la tediosa tarea que le había asignado su jefe.


Las planillas de honorarios no existían y cada cual cobraba lo que el embajador decidía sin importar si trabajaba poco o mucho y cuáles eran sus responsabilidades.


Tal como se lo había encomendado el ministro, en su despedida montevideana, Barriga intentó imponer el orden. Juana, la secretaria, trabajaba tan solo ocho horas por semana, pero cobraba 300 dólares por mes.


Raúl creyó que eso no estaba bien y lo elevó a su superior. La respuesta fue negativa: “Juana trabaja de forma excelente y por eso cobra lo que cobra”, aseveró.


Barriga no podía más con su enojo, pero se mordió la lengua y no dijo nada. Siguió trabajando durante su primera jornada con un manifiesto humor de perros.


Llegó la noche, aquella que en verano arribaba más tarde de lo normal por el cambio de hora. Raúl estaba agotado. Mucho trabajo y demasiados problemas para su primer día. Ya quería encontrarse con Lola.


Se dirigió a la parada del ómnibus y lo esperó pacientemente. Su ansiedad por contarle a Lola lo sucedido iba en aumento.


Cuando llegó a su apartamento, luego de transportarse en dos buses, Lola lo estaba esperando con la comida hecha: milanesas de queso (Raúl y Lola eran vegetarianos) acompañadas por una ensalada de tomate, lechuga y cebolla.


Lola era su cable a tierra y una mujer muy asertiva en sus consideraciones. Raúl la escuchaba y en la gran mayoría de las oportunidades respondía: “tenés razón”.


Ella lo calmó. Recién había sido su primer día de trabajo en la embajada, y aún vendrían muchos más.

El nacimiento de Susana Haydé


Habían pasado años desde ese primer día. Raúl ya se había acostumbrado al duro trabajo de la embajada que lo tenía en vilo día y noche, incluso durante los viernes y sábados, cuando la mayoría de los trabajadores del país de Medio Oriente descansaban.


Llegó junio de 1966. Barriga fue el encargado, por la embajada, de la organización del partido entre su querido Uruguay y la selección local. Raúl estaba feliz de la participación de los jugadores Ubiña, Troche, Manicera y Domingo Pérez, entre otros, de su querido Nacional.


La selección local contaba con su goleador de todos los tiempos, el renombrado Mardoqueo Shpilkes (también conocido como El hormiga), quien luego se convertiría en un gran amigo de Raúl, el cual incluso realizó gestiones -finalmente infructuosas- para que jugara en el Nacional montevideano.


Vencieron los celestes por 2 a 1, como debe ser, pero los otros celestes (los del oriente) dieron una dura lucha comandados por Mardoqueo, autor del gol y cuyo nombre nos remite a dos héroes: uno bíblico (el de Persia) y otro contemporáneo (el del gueto de Varsovia).


Cuatro años después, Shpilkes marcaría el único gol mundialista para los celestes y blancos, con lo cual pasaría a ser un héroe histórico y mítico del fútbol local.


Tres años después llegó la tan ansiada Susana Haydé, la cual heredó la inteligencia, carácter, actitud y belleza de sus padres. La niña, muy deseada por sus progenitores, era una hermosa bebé que desde chica fue un pilar en la vida de los Barriga Asimov.


Criar a una hija lejos de su país y de sus afectos no fue fácil para los Barriga Asimov. Por ello, adoptaron a una pequeña perrita a la cual llamaron Lajumi, y quien se convirtió en parte integral de la familia.


Aun cuando su trabajo le demandaba jornadas muy extensas, Raúl cosechó un afectuoso vínculo con Susana, el cual mantuvo hasta el final de sus días.


Lola, por su parte, se hacía cargo de su hija mientras su marido trabajaba. Susana nunca dejó de consultar a su madre, incluso cuando esta envejeció.

Y se hizo la paz


La visita del presidente Tadas, uno de los otrora acérrimos enemigos del pequeño estado de Medio Oriente, fue un momento muy emocionante para Raúl. Él siempre había soñado con lo que afirmó el salmista: “el lobo morará con el cordero”.


Puesto que el embajador estaba de viaje, fue Raúl quien representó a Uruguay en la recepción y en diferentes reuniones con el distinguido visitante.


Cuando se estrecharon la mano, Tadas le preguntó de dónde era. “De Uruguay”, fue la respuesta del diplomático. “Ah, Peñarol”, dijo el presidente, ante lo cual Raúl quedó atónito e incluso se molestó, aunque no respondió.


La cena de la embajada uruguaya con el ilustre visitante consistió en un sinfín de manjares kosher (y jalal, por supuesto) para que todos los visitantes -fueran judíos o musulmanes- los pudieran degustar.


Entre los invitados estaba Olecram, gran amigo de Raúl, con quien también compartía la pasión futbolera por el equipo albo, aunque políticamente eran de distintos “palos”.


Olecram, un batllista de pura cepa, había emigrado de muy joven sin su familia de origen uruguaya que incluía a su querida hermana Asilef y a su bienamado primo Nomis. Nunca dejó de sentirse uruguayo, ni de gritar los goles de la celeste o de su querido Nacional.


Tadas y Barriga mantuvieron una larga conversación. En ella hablaron de filosofía, literatura, matemática e historia. Ambos eran muy cultos y la charla, en inglés, se hizo muy amena.


Luego del emotivo final de la visita de Tadas ocurrió un hecho que Raúl no pudo llegar a explicar en el resto de su vida. El paisito de Medio Oriente había designado a Manases como embajador para Uruguay, pero este no estaba convencido de venir, ya que consideraba que la Tacita del Plata no había ayudado a su hermana cuando ella había precisado, por motivos humanitarios, emigrar al país.


La representación uruguaya, comandada en aquel momento por el embajador Adrián Espinaca, organizó una gran celebración para despedir a Manases y desearle suerte.


El designado representante del país de Medio Oriente pronunció un discurso, durante pleno festejo, en el que fustigó duramente a Uruguay por su comportamiento con su hermana en los años más oscuros que Europa alguna vez vivió.


Luego del estupor de todos los representantes diplomáticos y de que la fiesta se diera por concluida, Espinaca, Barriga y Asimov se quedaron conversando durante largas horas reflexionando acerca de los motivos que había tenido Manases para pronunciar tan incendiario discurso a pocos días de viajar a Uruguay.


Ninguno tuvo la seguridad como para indicar por qué esto había pasado. Probablemente las heridas del pasado le habían jugado a Manases una mala pasada. Su hermana, la guerra, y otros viejos y perturbadores recuerdos.


Al otro día, ya en la embajada, Espinaca recibió un llamado de Manases. Le pidió a Raúl que estuviera con él para escuchar la conversación.


El representante nacional esperaba el pedido de perdón de su contraparte, pero esto no fue lo que sucedió.


Manases señaló que no había podido dormir en toda la noche por lo que había dicho en aquella recepción, pero que no se retractaba de una sola de las palabras que había pronunciado.


Espinaca no daba crédito a lo que sus oídos estaban escuchando. Su decepción era aun mayor que la del día anterior. Raúl también se quedó sin palabras.


El vínculo entre Barriga y Espinaca fue muy bueno y de mutua estima. De hecho, Raúl le dedicó una carta a Adrián cuando este terminó su misión como embajador.


“Cuando usted llegó al aeropuerto, nunca imaginé que se convertiría en uno de mis mejores amigos con el paso del tiempo. Era un verdadero amigo y un consejero para todos nosotros, tanto en lo profesional como en lo personal, y es por ello que a pesar de su juventud se ha ganado el respeto de todo el personal de nuestra y del resto de las embajadas.


Preveo que el embajador Espinaca ocupará uno de los más altos puestos en el Ministerio de Relaciones Exteriores”, escribió Raúl en la emotiva carta.


Manases cumplió exitosamente con sus funciones en Uruguay, aun cuando esto sorprenda. Luego de finalizar su cargo, y gracias a los contactos políticos que había logrado, volvió al exótico país para ocupar un cargo, pero ahora representando a Uruguay.

Misoginia arcaica


La visita de Nadia, una integrante del cuerpo consular uruguayo, a la embajada revolucionó el ambiente. Raúl sabía que las malas lenguas, de los machistas propatriarcado, decían que ella se entregaba a los placeres del cuerpo con sus colegas hombres, pero esto era difícil de comprobar. Su actitud y la de los hombres que la rodeaban era, al menos, sospechosa.


Barriga era un liberal a la anglosajona. Pensaba que tanto hombres como mujeres tenían que vivir su sexualidad de forma plena y siempre respetando al otro.


Sin embargo, el machismo, la misoginia y la homofobia prevalecían en aquella época.


Una noche, Raúl siguió al embajador Lagarde, con quien aún mantenía un pésimo vínculo, hasta su casa. El representante nacional, quien había vuelto a comandar los destinos de la embajada, bajó de su vehículo con Nadia e ingresaron al edificio donde vivía. El funcionario de la embajada pudo entrar detrás de ellos y los descubrió manteniendo relaciones sexuales.


Lagarde estaba casado, y al ver a Barriga ingresar a su habitación tembló de miedo, aunque -curiosamente- continuó con el acto hasta llegar al orgasmo.


El insuceso quedó solo en eso, pero Barriga y Lagarde lo recordarían por el resto de sus vidas.

Dos visitas democráticas


La visita de Walter Ferrando Aldosivi, líder indiscutido del partido al que siempre votaba Raúl, lo emocionó. Se encargó de toda la organización de la visita de su líder a quien, apenas puedo hablar con él, le declaró su profunda admiración.


Conversaron largo y tendido acerca de una diversidad de asuntos: sobre sus hijos (Ferrando Aldosivi ya pensaba que en un futuro su hijo Juan Raúl podría salir con Susana Haydé), la política, el fútbol, la compleja situación de Uruguay, la lucha de Walter contra la dictadura cívico-militar y a favor de los derechos humanos.


Lola también participó en esa conversación. Le dijo a Walter que con Raúl y Susana tenían pensado volver a Uruguay. Estaban cómodos en Medio Oriente aunque extrañaban su país de origen, sobre todo a la familia y a los amigos.


Las décadas oscuras y tristes de los sesenta y setenta se iban yendo. El sol volvía a salir y Raúl lo sentía, incluso a miles de kilómetros de su patria. Comenzaba la segunda mitad de la década del 80 y los ríos de libertad se hacían sentir en toda la patria oriental.


Y llegó 1986. El año en que Diego, al que muchos aún consideran Dios, pisó tierra sagrada y junto a los suyos se despachó con 7 goles frente a los locales.


También en ese año Barriga fue el encargado -ante la ausencia del embajador de turno- de recibir la visita del novel presidente democrático Juan Marcos Santillán, quien concurrió acompañado de su vice, el legendario Ernesto Torres, gran partidario de los albos de La Blanqueada.


A pesar de pertenecer a otro partido político y simpatizar por otro club de fútbol (al menos con Santillán), Raúl estaba feliz de su encuentro con estos dos paladines de la democracia y acérrimos enemigos del dictador Goyo.


Los invitó a cenar a su casa, junto al embajador y a todo el personal de la embajada.


Lola preparó una cena vegetariana de lujo; gastó hasta lo que no tenía para recibir a esa comitiva tan esperada: copetín, entrada, varias ensaladas, dos opciones de plato principal y postre (con o sin azúcar), además de variadas frutas.


La historiadora María, la esposa de Juan, conversó animadamente con los dueños de casa sobre la historia de la Inquisición española y la limpieza de oficios y sangre en tiempos de Isabel La Católica.


También compartió las teorías políticas más aceptadas en ese momento: la del historiador Gonzalo Cayetando y la del politólogo Rodolfo Gareca.


La charla se hizo muy animada y se fue hasta altas horas de la noche. La joven Susana, muy interesada en temas políticos y de actualidad, también participó de forma activa.


El presidente la quiso convencer a toda costa para que dejara su amor por los tricolores, pero ella era aguerrida y no se dejó convencer por el hábil Santillán.

El doloroso vacío


Raúl era envidiado por sus compañeros de trabajo. Él estaba a la orden de la embajada día y noche sin parar. De hecho entraba a trabajar a las 6:30 todos los días y continuaba hasta altas horas de la noche.


Sucedió en sus últimos años de servicio que, por orden del embajador Lagarde, sus compañeros le hicieron el vacío.


El experto en marketing tuvo que soportar el trabajo en silencio durante años, lo cual afectó su salud. Su esposa lo contenía cada día luego de arribar de la embajada. Su hija, ya una adolescente, también le servía como cable a tierra.


En octubre de 1988 su querido Nacional obtenía la Copa Libertadores de América, y Raúl, quien ya había sobrepasado un cuarto de siglo en el exterior al servicio de su país, decidió retornar junto a su familia.

La vuelta


El regreso a Uruguay no fue fácil. En primer lugar, Lola y Raúl, con la ayuda de Susana y Mardoqueo (el goleador) debieron desvalijar su propia casa y con ello recordar cada uno de los éxitos y fracasos que el destino, o quizás Dios, les deparó en Medio Oriente.


El paisito había cambiado mucho aunque mantenía, como siempre, sus tonos de gris, tanto en lo urbano como en lo emocional. El día que llegaron a Montevideo fue particularmente gris y fresco, aunque ya era noviembre, lo que desmotivó a la joven Susana.


Ya retornados, los Barriga Asimov buscaron qué hacer en ese nuevo Uruguay al que llegaban.


Raúl se metió a activar en el club y partido de sus amores, mientras que Lola se ocupaba del hogar, y la joven Susana empezaba en la facultad la carrera para ser economista.

Epílogo


Barriga decidió que había llegado el tiempo de escribir sus memorias. Agarró un cuaderno, un lápiz y comenzó a redactar:


“Durante mucho tiempo tuvimos la intención de escribir acerca de mi época de diplomático. Siempre lo postergué por miles de motivos: por falta de tiempo, por dejadez, pero finalmente me dediqué a juntar material haciendo los apuntes necesarios de lo sucedido, cosas que he vivido y visto, a veces por casualidad y a veces arrastrado por las circunstancias del momento, de mi trabajo como diplomático, de esta gran oportunidad de ver y conocer otro mundo”.


“Mucha gente está confundida y equivocada al pensar que los diplomáticos en el mundo, indiferentemente de qué país proceden y en qué país actúan en servicio y qué cargo tienen, lo pasan a las mil maravillas de fiesta en fiesta y de copa en copa”.


“La tarea diplomática exige mucho trabajo e inteligencia. Es verdad que hay muchas reuniones, cenas y almuerzos con los diferentes colegas y autoridades, pero no menos cierto es que los diplomáticos trabajamos full time y siempre tenemos que estar a disposición sin importar el horario, el día o el lugar”.


“Siempre aparecen problemas, a veces políticos, a veces propios de la misma misión, y a veces hay que resolver problemas de los ciudadanos que están de paso o que viven en el país donde se encuentra la embajada”.


“Hay problemas de extravíos de pasaportes, de repatriaciones y miles de otras índoles”.


“Hay un dicho que tiene mucho de cierto y que dice: ´un buen diplomático debe tener un buen estómago y dos buenas piernas para poder estar en todas las recepciones a las que lo invitan`”.


“En estas famosas recepciones, tan criticadas por las personas que no conocen el trabajo diplomático, son más que importantes ya que, entre copa y copa, tal como se dice, se acomodan y se arreglan muchos problemas de forma más sencilla que por la vía formal”.


Y llegó el día en que Raúl se llevó consigo, y para siempre, todos los recuerdos y aventuras vividos en aquella embajada, pero en su familia quedarán impregnados para el resto de las generaciones.

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