¿Por qué llamarían a una detective uruguaya para resolver un crimen en Guinea Ecuatorial? Fernanda lo sabría después de atender una llamada.
Era un frío día de julio en la gris Montevideo cuando sonó el viejo teléfono de línea en la oficina de la calle Lorenzo Latorre.
Fernanda atendió y se encontró con una voz que hablaba en un español bien extraño, por lo cual no pudo descifrar su procedencia.
“Aquí habla Teodoro Obiang”, dijo la prepotente voz que estaba al otro lado del tubo. “¿Quién?”, respondió desconcertada Fernanda. “Teodoro Obiang, el presidente de Guinea Ecuatorial”.
Luego de intentar por todos los medios asimilar la sorpresa, Fernanda le preguntó a qué se debía la llamada.
“Usted tiene que venir urgente a mi país a resolver un misterio: el asesinato de mi amado ministro de Turismo Salvador Bartabaré”.
Obiang explicó los motivos que la policía local manejaba para afirmar que se trataba de un asesino uruguayo.
Uno de los argumentos era la aparición, en la escena del crimen, de un billete emitido por el Banco Central del Uruguay en la década del ´60 del siglo pasado.
Fernanda se sintió halagada por semejante reconocimiento, pero solicitó 24 horas para responder por sí o por no.
Necesitaba interiorizarse acerca de ese desconocido país antes de tomar una decisión.
Se quedó despierta hasta altas horas de la madrugada leyendo artículos acerca del único país africano en el cual el español es la lengua oficial.
El presidente Obiang era un dictador que había derrocado a su tío, otro déspota, en agosto de 1979. El militar se había perpetuado en el poder y no había quien lo destronara.
A la mañana siguiente Fernanda meditó, se tomó un café con leche deslactosada y se mandó un sandwich de jamón y queso.
Fresca como una lechuga y ya despierta, decidió que la de Guinea sería una gran aventura.
Se comunicó con el secretario del presidente y le dijo que aceptaba el caso.
El vuelo pasaba primero por Sudáfrica para, luego de muchas horas de espera, llegar a Guinea.
Leyó sus casos favoritos de Sherlock Holmes y vio las dos películas acerca de Enola Holmes, la hermana del famoso detective.
Finalmente, llegó a Guinea. Allí la esperaba el jefe de la seguridad ecuatoguineana para llevarla a su hotel. Ella se sentía sucia y cansada.
Necesitaba bañarse y al menos comer una colación antes de interiorizarse sobre el asunto.
El asesino uruguayo había usado una navaja para asesinar al ministro local. Pero las preguntas seguían. ¿Por qué lo había matado?
Fernanda sospechó acerca de un crimen pasional. Debía averiguar más del uruguayo apodado Mariolo, por ser fan del legendario exjugador y leyenda de Peñarol, Mario Saralegui.
Encontró un pequeño envoltorio transparente. Lo olió y dedujo que era el clásico ticholo brasilero que otrora se contrabandeaba desde el Chuy.
Fernanda seguía pensando en cómo resolver el caso. En la escena del crimen seguía sin aparecer información clave para encontrar al Mariolo.
De pronto vio que faltaba un libro de la gran biblioteca que poseía el ministro.
Fue hasta el dormitorio del finado y se encontró con que se trataba de la historia de la Universidad Nacional de Guinea Ecuatorial.
Hojeó el ejemplar para encontrarse con que el ministro había señalado, mediante un marcalibros, la página 119 del libro y había escrito el texto “Salmos”.
La detective, quien es una atea contumaz, consiguió una Biblia de Jerusalén, una Reina Valeria y una traducción judía de los hagiógrafos.
Revisó todo ese largo salmo hasta encontrarse con el versículo que quería encontrar. “Tiempo de hacer para Dios. Anulen su ley”.
¿Sería un fanático religioso quien asesinó al jerarca?, se preguntó. ¿Cuál sería su problema con la ley ecuatoguineana?
Se dijo que lo mejor era conocer la pequeña universidad. La empezó a recorrer y vio que había una interesante cantidad de estudiantes disfrutando del recreo.
Investigó rincón por rincón hasta que llegó al pequeño y único auditorio. Estaba todo oscuro y silencioso. Buscó debajo de las sillas para ver si encontraba alguna pista. También desprendió la alfombra que estaba adherida al piso. Pero no encontró nada.
De repente la luz se encendió. ¿Pero quién había sido si ella estaba sola?
Vio que había alguien en el escenario. El sujeto tomó el micrófono y se puso a hablar. Tenía un acento bien rioplatense. Habló acerca de la venganza, de la justicia y de la ira divina.
De a poco ella se fue acercando con la duda de si debería enfrentar a una persona presumiblemente armada. El hombre seguía hablando sin parar, pero ya no se le entendía nada. Sus palabras eran en una lengua desconocida.
Con coraje, y venciendo a sus miedos, lo enfrentó, pero el Mariolo logró escapar.
El principal sospechoso había huido. El gobierno guineano despidió a Fernanda, quien estaba contenta de retornar a su país, aunque se iba con la duda de quien había sido el asesino.
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