De chica había sido dócil y obediente. Parecía la niña perfecta. Aquella que iba a triunfar en la vida, aunque nadie tiene del todo claro qué significa ser un ganador.
Creció bajo los estigmas del machismo imperante en la década del 80 del siglo pasado, en un Uruguay que estaba abandonando la oscura dictadura militar que lo venía oprimiendo desde aquel aciago junio de 1973.
Todavía recuerda cuando acompañó a sus padres que, junto a medio millón de uruguayos, se manifestaron a favor de la democracia en la zona del obelisco, y que contó con la participación de políticos de todos los sectores.
Había tenido pocos episodios conflictivos en su infancia y adolescencia. La primera vez que sintió que se empezaba a liberar de los estigmas que le habían impuesto fue cuando discutió con su profesor de biología, el socialista Rolando Leivas, acerca de la calificación que había obtenido en una prueba.
También había debatido apasionadamente con el cura de la parroquia barrial, quien no la dejaba cantar en el coro eclestiástico, ya que esta era una función reservada únicamente para los hombres, así como le impedía pronunciar sermones bíblicos por considerarlos como algo vinculado solamente a lo masculino.
Luego de terminar el liceo, Iara tuvo que elegir qué carrera cursar. Por un lado, le interesaba la sociología, por aquello de observar el comportamiento de los otros, pero como ella se consideraba una justiciera, optó por la carrera de abogacía en la Facultad de Derecho.
Las clases eran multitudinarias y eso la tenía de muy mal humor.
La única vez que se había sentido cómoda fue cuando un profesor, quizás Rossi era su apellido, le enseñó acerca del jusnaturalismo y del positivismo.
Para la clase siguiente, ella alquiló la película (todavía en el viejo formato VHS) que retrata el juicio de Nuremberg a los jueces del régimen nazi en su querido videoclub Imagen, de aquel intelectual que los fines de semana se vestía de negro para arbitrar un partido de fútbol.
El debate se dio en clase sobre si el nazismo y el comunismo habían sido lo mismo.
Gastón, un alumno muy conservador y reaccionario, mucho mayor que Iara, defendía la idea de que Hitler y Stalin “habían sido la misma cosa”.
La discusión terminó cuando la joven recordó a Robert Jackson, integrante de la Suprema Corte de Justicia estadounidense, quien juzgó a los criminales nazis y aseveró: “las más odiosas de todas las opresiones son aquellas que se enmascaran como actos de justicia”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario