16 dic 2007

Janucá: ¿en casa o en la plaza?

Sorpresa y media. Buenos Aires se iluminó con el encendido de dos Janukiot públicas.

El actor y presentador televisivo Julián Weich, el campeón mundial de magia Adrián Guerra, una marcha de antorchas, fuegos artificiales y una feria artesanal formaron parte del festejo de Janucá (la Fiesta de las Luminarias) que en la Plaza General Manuel Belgrano realizó el lunes 10 la comunidad NCI- Emanu El, integrante de la Fundación Judaica, institución que dirige el rabino Sergio Bergman, autor del libro Manifiesto Cívico Argentino y líder espiritual del Templo Libertad, la sinagoga más antigua de Buenos Aires.

En otra plaza porteña, que lleva el nombre de República Oriental del Uruguay, Jabad Lubavitch Argentina realizó el miércoles 5 su encendido público. Una pantalla gigante, fuegos artificiales, las orquestas Kef y Der Faier, entrada gratuita y lugares para sentarse, fueron la propuesta de la filial argentina de Jabad, cuyos actos públicos de Janucá tienen lugar en casi todo el planeta.

Los encendidos públicos de janukiot (candelabros de 8 brazos) en Uruguay (Beit Jabad del Uruguay, Plaza Trouville) y en el resto del mundo, en especial en Israel, son cada vez más comunes.

Las fuentes judías nos indican que el precepto del encendido de las velas de Janucá debe cumplirlo cada persona en su casa y asimismo nos señalan que debemos publicitar el milagro ocurrido en esta festividad, cuando un frasco con una mínima cantidad de aceite sirvió para el encendido de la Menorá (candelabro del Templo de Jerusalem) durante ocho días.

Veamos cuáles son los valores asociados a esta festividad y tratemos de evaluar si se adecuan mejor a la casa, a la plaza o a ambas.

Identidad. Janucá es la fiesta de la identidad. Los macabeos y el pueblo judío debieron enfrentar la amenaza del genocidio espiritual promovido por el Imperio Griego. Las prohibiciones de estudiar la Torá (Pentateuco), realizar circuncisiones, respetar el sábado (Shabat), entre otras, buscaron debilitar el sentido identitario del pueblo judío.

Ahora bien, ¿dónde se conforma la identidad judía de un individuo? La casa es el lugar del aprendizaje, del intercambio fructífero entre los integrantes de una familia, de la vivencia judía diaria, semanal, mensual o anual.

La identidad también se gesta en la plaza, que es la intemperie, el desarraigo, en suma, aquél lugar que no me es familiar y por ello también que me ayuda a moldear mi identidad judía.

Familia. Es lo primero, según afirmaba el protagonista de una serie televisiva cuyo eje eran las vivencias de una familia italiana; es la base de la sociedad dicen otros. Una encuesta reciente realizada por el diario israelí Yedihot Ahronot y la organización no gubernamental Gesher señala que el 35% de los judíos israelíes consideraron a Janucá una fiesta relacionada con la familia y el 83% dijo que encendería la janukiá durante todos los días de la festividad. 

Si tomamos un concepto amplio e inclusivo de familia que también incluye a amigos y conocidos, vemos que Janucá es una festividad propicia para el encuentro familiar, el encendido de velas, los diálogos sobre la festividad y lo cotidiano, el momento para compartir unas sufganiot (bolas de Janucá) y unos latkes (medallones fritos rellenos de papa). Esto se consigue sólo en la casa ya que ella aglutina a la familia en un espacio propio y fructífero para el diálogo, para el encuentro, para permanecer, para estar; se opone al espacio transitorio y efímero de la plaza.

Memoria y milagro. Aquí la plaza cumple una mejor función. Nos hace “sentir” a los partisanos judíos cantando su himno y afirmando: “Aquí estamos”. Sí, a pesar de todo, aquí estamos. El recuerdo de los macabeos, su hazaña, su valentía, su coraje. Aquella defensa apasionada de un pueblo, un ideal, una historia, de su lucha por la libertad de toda persona de expresarse y ser (en este caso judío) como más le plazca. Nuestra tradición establece que debemos publicitar el milagro. ¡Y qué mejor lugar para hacerlo que en la plaza!

En definitiva, entiendo que la plaza nos ayuda a reforzar nuestra identidad, a marcar presencia, a difundir el milagro, a ejercitar nuestras memorias de manera colectiva pero no deja de ser un lugar de tránsito, de pasaje, un lugar en donde a las palabras se las lleva el viento. Sin embargo, y pensando en lo duradero, sin casa, no hay plaza que valga.

7 oct 2007

Oratoria en presentación del libro E´elé Betamar del rabino

Oratoria pronunciada por el Lic. Martín Kalenberg durante la presentación del libro E´elé Betamar del rabino Mordejai Maarabi. Montevideo, 1 de octubre de 2007.

Buenas noches, moadim lesimjá. Con el permiso del rabino Mordejai Maarabi y toda su familia, el embajador del Estado de Israel, con el permiso de los rabinos, dirigentes comunitarios y del público presente.

Es un honor para mí la oportunidad que se me ha concedido de comentar el libro E´elé Betamar escrito por un erudito del judaísmo, como es el rabino Maarabi, quien es generoso en la transmisión de sus conocimientos, siempre en un diálogo fecundo dando cabida al otro.

No hay libertad sin Torá y no hay Torá sin libertad parecerían decirnos las páginas de este libro. Ustedes se preguntarán cuál es la relación entre el calendario hebreo, la libertad y la Torá.

Entiendo que esta relación, calenadario- libertad- Torá se explica mientras uno lee detenidamente las páginas del libro.

Tan es así que la palabra libertad y sus derivados, libres, liberación, liberar, liberados aparecen mencionados en innumerables oportunidades.

Pero la libertad no empieza por Pésaj. Una de las novedades, que a mi criterio nos aporta E´elé Betamar es que Adam, el primer hombre, representa, en palabras de Maarabi, la “dimensión humana”, que está relacionada con el “nacer” libre y “vivir” para la libertad; la libertad, según el rabino, de “recorrer y reconocer el mundo creado”, “dominarlo inteligentemente y usufructuar uno a uno, los infinitos beneficios materiales que hay en él”; una libertad con responsabilidad, del hombre hacia su prójimo y hacia el mundo creado. 

El filósofo judío, Emanuel Levinas, define esta responsabilidad como “responsabilidad para con el otro, así, pues, como responsabilidad para con lo que no es asunto mío o que incluso no me concierne; o que precisamente me concierne, es abordado por mí como rostro”, es decir que mi responsabilidad es también con aquél que siquiera conozco.

Prosiguiendo con el asunto de la libertad, Abraham, el primer judío, está asociado en esta obra con aquél que “elige en libertad” como un hombre que expresa, en palabras del rabino Maarabi, “el vasto y ancho horizonte del libre albedrío, hijo dilecto del ejercicio del hombre libre, moralmente libre en una sociedad atada y maniatada”.

Adam y Abraham, en la original descripción de Maarabi, me hicieron recordar la Declaración Universal de Derechos del Hombre, proclamada en 1948, cuyo artículo primero señala: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos (como Adam, el primer hombre, que nació libre) y, dotados como están de razón y conciencia (como Abraham para “elegir en libertad”), deben comportarse fraternalmente los unos con los otros (y así lo hizo Abraham con su prójimo porque él era, según el autor, “moralmente libre”).

Y luego de haber analizado a los padres de la libertad, Adam y Abraham, el rabino Maarabi ensaya una definición de lo que hoy sería el judío libre. “Sólo es libre aquél que puede ocuparse del estudio de la Torá”, nos dice. Ahora bien, ¿qué entendemos por Torá?. Proviene del término hebreo oraá, enseñanza. Yo lo entiendo como todo aquello vinculado a la educación judía: la historia, la literatura, la filosofía y también la Torá, propiamente dicha, que contiene todas las anteriores.

Maarabi dice que “No hay mejor libertad que esa”. ¿Qué cual?, me pregunto. La respuesta se asoma unas líneas después. “La del diálogo fecundo, la pregunta tibia al principio e incisiva después de los hijos –de cada hijo- para con sus padres”. Además, Maarabi cita a la Torá que afirma: “Y será cuando tu hijo te pregunte mañana diciendo…”. Maarabi reflexiona: “Nuestros hijos, decíamos, confiamos una vez más que con sus preguntas nos dejen boquiabiertos”.

Ahora entiendo aquello de que sólo es libre aquél que puede ocuparse del estudio de la Torá y mejor aún lo entiendo por qué el rabino Maarabi lo vincula a la festividad de Pésaj, porque si hay estudio, no hay ignorancia y sí hay diálogo fecundo, en definitiva hay un vínculo que se construye entre hijo y padre-madre, entre alumno y maestro. Los hijos y los alumnos que tiene un conocimiento de Torá, en la definición amplia que ya brindamos, elaboran sus preguntas con libertad y aún el más simple de los hijos, tal cual lo ejemplifica la Hagadá (relato) de Pésaj, nos puede preguntar.

Esos hijos de la hagadá siguen acompañando al rabino Maarabi en su búsqueda para definir la libertad; y no sólo en el capítulo de Pésaj sino en todo el libro. “Ser humano que es ser libre; ser humano que es ser palabra. Ser humano que es ser constructor de la libertad de la palabra”, dice el autor. Me pregunto, ¿pero entonces la libertad es ser humano y ser palabra? ¿Y la libertad de la palabra hay que construirla? Sí, nos dice el rabino Maarabi. 

La libertad de palabra la construimos desde que somos niños. Ya les anuncié que no abandonaríamos a los hijos de la Hagadá ya que haciendo un juego de palabras Maarabi nos dice que estos banim (hijos) son bonim (constructores); ahora entiendo porque aquello de construir la palabra nos hace libres.

Y así el rabino Maarabi nos ayuda a comprender cómo se va formando el edificio de la libertad: a través de los benei jorín; hijos de libres, o si me permiten hijos de constructores libres.

Sucede que construir la palabra en libertad es una tarea que nos incumbe a todos; cada cual con sus palabras, cada cual con su voz, cada cual según su capacidad. Y nuevamente el rabino Maarabi nos sorprende, denominado a la festividad de Shavuot (Pentecostés) como la fiesta de las capacidades. Escuché de boca del propio Maarabi, una mañana de Shavuot, que en el Midrash nuestros sabios relatan que en el Monte Sinaí Dios entregó la Torá a cada judío según su capacidad de comprenderla, de entenderla, de aprehenderla.

Según explica el rabino hay un lugar para todos cuando de Torá se trata. Nos dice: “No importan los rostros que no se pueden dibujar en su totalidad; tampoco importan los aspectos físicos que vibran por debajo de aquél manto especial; y mucho menos el aparato intelectual que tanto nos separa hasta hoy día y que nos transforma en seres mutantes de ideologías y morales”.

Entiendo, que cada uno tiene lo que aportar desde su lugar. El filósofo inglés, John Stuart Mill, escribió en 1859 el ensayo titulado “Sobre la libertad” (On Liberty). Allí afirmó que “la única manera para que un ser humano pueda aproximarse a conocer la totalidad de un tema es escuchar todo lo que puedan decir sobre ese tema personas de toda variedad de opiniones, y estudiar todos los modos existentes de ver ese tema, por todo tipo de mentalidad. 

Ningún hombre sabio adquirió su sabiduría de otro modo que no sea éste”. El filósofo griego Platón señaló: “lo que digo no lo digo como hombre sabedor sino buscando junto con vosotros”. Y nuestras fuentes, más precisamente el Pirkeí Avot se preguntan ¿Quién es sabio? A lo que responden, el que aprende de todo hombre.

En la unidad, que también es diversidad, se termina por aceptar, nos enseña Maarabi. Pero para muchos es difícil incluso tolerar; son aquellos que jamás llegarán a aceptar las diferencias, las diferentes capacidades.

Pero Maarabi lo hace y esto nos queda a claro a todos los que asistimos a sus clases y al servicio religioso de la Kehilá que el dirige. Allí hablan todos y todas, sin importar edades y niveles académicos, a cada uno se lo escucha y cada uno tiene su lugar, porque juntos, como expresa el autor, podemos superar la adversidad.

Como en Janucá, la festividad de las luminarias, donde debemos desafiar la adversidad y lograr que la luz se imponga frente a tanta oscuridad, a otras adversidades, a los “nostálgicos”, como los llama el Rab. Maarabi, que reaparecen en cada generación. De manera clara y precisa el autor nos ilustra sobre los “griegos” de la actualidad. 

Aquellos que oprimieron al pueblo judío en el tiempo de Janucá buscando un genocidio espiritual de los judíos a través de prohibir la realización del Shabat, la circuncisión y el estudio de la Torá, son vistos por los ojos de Maarabi en el actual dictador iraní y sus cómplices.

Considero que el autor realiza una excelente asociación de ideas, entre aquellos genocidas y el aspirante a genocida de nuestros días. Porque el rabino Maarabi dice lo que hay que decir, cumpliendo a rajatabla con el mandato bíblico de “lo taamod al daam reeja” (No te quedarás parado ante la sangre de tu hermano) y cuestionando también a nuestros hermanos, si aún cabe así llamarlos, que acompañaron al dictador en el congreso neonazi y negacionista de diciembre. 

Al decir del Rab., están confundidos, entendieron mal el precepto de amar al prójimo como a uno mismo ya que ellos aman al enemigo como a ellos mismos, y además se sentaron en la misma mesa que los pecadores y escarnecedores.

Volvamos al hombre, a su libertad y a una festividad muy poco conocida en la diáspora judía pero muy festejada en el Estado de Israel. Es el 15 de Shebat que coincide con los meses de enero o febrero del calendario gregoriano. En ese tiempo conmemoramos el año nuevo de los árboles, uno de los cuatro comienzos de año que nos marca nuestra tradición. “Pues el hombre es como el árbol del campo”, nos dice el autor citando a la Torá.

Maarabi nos aporta una comparación bien interesante y original: aquella que asemeja al hombre y al árbol. La Torá nos impone un mandato ético, poco conocido, el de velar por la protección del medio ambiente y, en definitiva de la humanidad. Maarabi nos explica con claridad que en la porción de la Torá denominada Jueces, se enseña a no dañar los árboles de las ciudades sitiadas “porque el hombre es como el árbol del campo”.

Creo que el árbol, el hombre-árbol y la Torá-árbol de vida recorren los eslabones de esta cadena que es el calendario judío y sus festividades.

Si me permiten, a mi entender, con sus enseñanzas, su hacer, y esta trilogía literaria que culmina con E´elé betamar el rabino Maarabi nos ayuda a fortalecer nuestras raíces judías y nuestro amor por el estudio y la Torá.

Muchas gracias.

1 oct 2007

El diálogo interreligioso: un bien necesario

Unos diez jóvenes reunidos en el salón de una institución conversan. La charla es entretenida, amistosa y para quien la ve desde afuera podría pensar que se trata de la reunión de un grupo de amigos que se conocen desde hace años y que charlan animadamente sobre aspectos relativos a la religión. Pues bien, en este clima de camaradería y cordialidad funciona el grupo de jóvenes de la Confraternidad Judeo-Cristiana del Uruguay.

Esta institución ecuménica, compuesta por judíos y cristianos, existe desde hace varias décadas pero en el caso de la rama joven funciona desde hace tan solo dos años; su comienzo se dio justamente en las cercanías de Rosh Hashaná.

Uno de los principales promotores de esta iniciativa fue el rabino Alejandro Bloch, ex líder espiritual de la Nueva Congregación Israelita (NCI), quien me convocó con la idea de conformar un grupo de jóvenes judíos, católicos y protestantes que pudieran encontrarse con cierta frecuencia y dialogar sobre temas que eran de interés para ambas religiones.

Y comenzamos a funcionar. En una de las primeras reuniones, realizadas en el local del movimiento juvenil sionista Jazit Hanoar, establecimos nuestro sistema de funcionamiento. Decidimos reunirnos una vez al mes en diferentes instituciones vinculadas a cada una de las religiones (en el caso judío, además de Jazit, nos reunimos en la NCI). 

Para cada reunión planteamos un tema para trabajar que lo preparamos todos los participantes. Dialogamos, entre otros, sobre la imagen de Dios, la liturgia, la salvación y el papel de la mujer en la religión.

En ese comienzo y durante todo 2006 concurrimos a las reuniones Gabriel Mizrjai, en ese entonces presidente de la Federación Juvenil Sionista, y yo. Además, en uno de los encuentros participó el secretario general del movimiento juvenil sionista-religioso Bney Akiva, Uriel Edery. 

La presencia de Uriel fue importante para el grupo ya que los compañeros católicos y protestantes pudieron ver y escuchar a un judío ortodoxo-sionista que utiliza la kipá (solideo) en su vida diaria. 

En los últimos meses también sumó su apoyo al grupo la institución Beit Scoups a través de su Director Ejecutivo, Matías Varón.

Siempre quedó bien en claro en las reuniones que ni judíos, ni protestantes ni católicos opinábamos en representación de nuestros credos y comunidades sino a título personal y con la carga emocional y subjetiva que a cada uno de nosotros nos provocaban los temas que se trataban.

El grupo joven de la Confraternidad se ha consolidado en este tiempo. A mi entender quedan como desafíos para el nuevo año judío que comienza la incorporación de nuevos integrantes judíos al grupo para abarcar a las diferentes posiciones de nuestra comunidad, la realización de actividades académicas abiertas al público y la incorporación de jóvenes musulmanes para así emprender un nuevo camino de diálogo.

23 jun 2007

La matriarca del Yavne

Aída Abramovich
La tradición judía nos enseña que hay cuatro matriarcas: Sara, Rebeca, Raquel y Lea. Pero en el Instituto Yavne deberían enseñar que son cinco, ya que Aída, la excantinera de la institución, fue madre y educadora de varias generaciones de niños y adolescentes que pasaron por la institución.

Seguramente muy pocos de los exalumnos conocen el apellido de Aída ya que todos la llamaban solo por su nombre. Muchos habrán olvidado el nombre de directores, maestros, profesores y bedeles, pero el de Aída siempre permanece en el recuerdo.

Sólo ella conoce a cada alumno casi tan bien como sus propios padres. Los tímidos, los pícaros, los inteligentes, los estudiosos, los que tienen dificultades para estudiar, los golosos, los caprichosos y los altruistas.

En 2006, y luego de 36 años de intensa labor, Aída decidió retirarse. Su humildad la llevó a abandonar el Yavne en silencio. No buscó homenajes ni discursos de despedida, sino que se fue con la felicidad de haber trabajado casi cuatro décadas rodeada de niños y adolescentes de todas las edades.

A continuación, un resumen de la conversación que Aída Abramovich, próxima a cumplir 72 años, compartió con Semanario Hebreo:

Los comienzos

Sus padres eran inmigrantes lituanos que llegaron a Uruguay antes de la Segunda Guerra Mundial; en Uruguay se instalaron en el barrio Palermo (Maldonado y Salto). 

Su madre fue ama de casa y su padre trabajó en la construcción de la carretera Montevideo - Colonia, en los tranvías y luego que Aída nació, el 30 de junio de 1935, fue vidriero.

De niña Aída concurrió a “la escuela que estaba en Durazno entre Médanos y Vázquez”, según recuerda. Además, estudió corte y confección; “no quise ir al liceo, pero mi padre quería que siguiera estudiando, por lo cual fui a la Escuela Industrial. Salí perdiendo. Yo creía que me iba a ser más fácil, pero durante tres años tuve todas las materias del liceo y además aprendí un oficio”.

Su primer trabajo fue en un taller de confecciones a máquina preparando tapados y chaquetones. Los dueños eran judíos llegados a Uruguay luego de la Segunda Guerra Mundial. “Precisaban personal y una almacenera de la esquina me recomendó a mí”, señaló.

A mediados de 1969 Bernardo Nieuchowicz, el esposo de Aída, empezó a trabajar como cantinero del Yavne, pero al tiempo entendió que solo no podía atender a todos los niños; por esta razón en 1970 se incorporó Aída.

Las libretitas para fiar y los sándwiches de sardina

Dos clásicos en la cantina de Aída eran las libretitas donde anotaba los productos que le fiaba a cada alumno y los populares sándwiches de sardina.

Aída recordó que llevaba la contabilidad en 65 libretitas lo que muchas veces la llevaba a permanecer en Yavne hasta las 6 y 30 de la tarde o dormirse en su casa mientras sumaba las cantidades.

La idea de anotar en libretas (varias hojas engrampadas) lo fiado a cada niño surgió de dos alumnos, Jorge Nirenberg y Ruth Mandel, que un día le pidieron que les fiara, para lo cual le trajeron dos libretitas que ellos mismos habían comprado en una papelería. Aída relata que gracias a las libretitas aprendió a sumar más rápido que las calculadoras.

Al poco tiempo que entró a Yavne le dijeron que podía vender sándwiches de fiambre y sardina kasher (aptos para el consumo según la ley judía). 

El sándwich de sardina tuvo tanto éxito que hace un tiempo se organizó un reencuentro en recuerdo del sándwich de sardina. Inclusive muchos padres le preguntaban a Aída cómo hacía para que le quedara tan rico.

El mejor recuerdo

Un lunes, cuando Aída llegó al Yavne descubrió que, por un problema eléctrico, se habían derretido los 250 helados que le habían traído el viernes a última hora. 

“Luego de una semana, por iniciativa de la alumna Sylvia Kornworcel, los alumnos de todas las clases hicieron una colecta y me trajeron la plata para que compre los helados”. “¡Ves lo que es!”, comenta emocionada Aída. Bernardo agrega: “¡los chiquilines son lo más grande que hay!”

Aída le dijo a los niños que la heladería le reintegraría el dinero, pero los alumnos no aceptaron la devolución de lo recaudado en la colecta, por lo cual les compró juegos de mesa para que se entretuvieran durante el recreo.

“Él es mi hijo”

Aída tiene una buena relación con sus hijos y nietos. Jorge, su hijo mayor, trabajó con ella en la cantina y siguió con su esposa, un tiempo más, cuando Aída se retiró. Bruno, uno de los hijos de Jorge, tenía “cuña” mientras su abuela trabajaba en Yavne. 

“Mi nietito entraba derecho a la cantina y se agarraba lo que quería”. Además, Bruno supo atender la cantina y preguntarle a los compradores: “¿Pagás o anotás (refiriéndose a las compras fiadas)?”.

El otro hijo de Aída es Freddy, popularmente conocido como Orlando Petinatti, quien conduce el programa Malos Pensamientos en Radio Futura. Aída es una fiel oyente de Radio Futura y el programa que conduce su hijo. Inclusive, apareció en la televisión durante el programa “Uno en tres millones” que relataba la vida de Freddy.

Cuando los alumnos le preguntaban si ella era la madre de Petinatti, Aída contestaba: “No. Él es mi hijo”. Y es que durante su pasaje por la escuela y el liceo, Jorge y Freddy fueron para todos “los hijos de Aída”.

Israel y los exalumnos

“Es la persona, que ocupa un pequeño lugar en un rincón de Yavne, pero uno inmenso en nuestro corazón. Es la persona que nos cose la túnica o lo que sea cuando necesitamos, la que hace las pelotas de fútbol para los recreos, la que guarda todo aquello que nosotros olvidamos y perdemos, para luego darnos, la persona que da caramelos hasta quedarse sin ninguno, la que no deja que nos quedemos sin comer, la que… Todo” (…) 

“Sos la mamá postiza de todos nosotros durante esas siete horas o más que estamos en el instituto (…) Por todo esto solo me resta decirte gracias y no cambies nunca!”. De esta forma, Daniela Brandwain, con 17 años, definía a Aída en un artículo publicado en el Iton (diario) del Yavne en 1992.

Aída debía soportar la presión de los niños, quienes siempre querían comprar algo cuando sonaba la chicharra que indicaba el fin del recreo. Lo hacía con mucha paciencia y dedicación, así como cuando conversaba con los adolescentes del liceo. “Los alumnos que se iban a otros liceos volvían a las cuatro de la tarde para saludar a Aída”, recuerda Bernardo.

Pero la experiencia más emocionante que vivió Aída con exalumnos ocurrió hace 5 años en Israel. Acompañada por Bernardo, Freddy y familiares israelíes recorrió todo el país. 

Cierto día la llevaron engañada hacia la casa de Mónica Wiener (Preschel). Cuando llegaron a destino se dirigieron al subsuelo de una sinagoga donde la esperaban casi 50 exalumnos, docentes y funcionarios de Yavne. Aída los reconoció a todos, inclusive a un exalumno que quedó pelado.

Memorias

Aída pensó alguna vez en escribir sus memorias aunque dice que ahora ya pasó el momento de hacerlo. De todas formas se aventura con un título. “Podría titularse Tres cuartos de mi vida en una escuela”.

Es que para Aída la escuela lo fue todo; los primeros días sin trabajar lloraba en su casa. “Extraño a los niños; son lo más sincero y bueno que hay en el mundo”.

Recuerda con mucho cariño a los niños de la jardinera. “A los de todas las épocas, a los de dos y tres años, que cuando pasaban al baño a lavarse las manos después de gimnasia me decían: ´chau Aída`”.

Y luego de 36 años de trabajo, Aída le dijo chau al Yavne, a los sándwiches de sardina y de milanesa, a los bizcochos rellenos de chocolate, a los “cande” y a las libretitas que le permitían fiar, pero de quienes nunca se despedirá es de sus grandes amigos: los niños de todas las épocas.

13 may 2007

Matzá con sangre

Estamos en las proximidades de Pésaj y todos empezamos a hacer la lista con los productos que queremos comprar. Vino, harina de matzá (pan ácimo), matzá común, matzá con huevo, matzá shmura (cuidada en extremo), matzá con chocolate y matzá con sangre. Usted debe pensar que estoy loco o que hoy es el Día de los Inocentes pero le aseguro que ninguna de las dos opciones es la correcta. 

 La delirante descripción que usted leyó en el primer párrafo la puede pensar cualquiera que lea el libro Pascuas de Sangre. Judíos de Europa y homicidios rituales del italiano Ariel Toaff. 

Creí que por el momento el autoodio judío se había terminado con la comparecencia del grupo ultraortodoxo Neturei Karta en la conferencia negacionista de la Shoá (Holocausto del pueblo judío) efectuada en Irán pero Toaff quiso dar la nota en este principio de 2007. 

 Toaff es Profesor de Historia Medieval en la Universidad Hebrea de Bar Ilán, autor de varios libros sobre la vida judía en la época medieval e hijo del ex gran rabino de Italia, Elio Toaff, quien recibió por primera vez en la Gran Sinagoga de Roma a un papa católico. 

El historiador toma un caso ocurrido en 1475 en Trento (Italia) con el cual demuestra el asesinato ritual de niños cristianos, en este caso del pequeño Simonino, para utilizar su sangre en la preparación de la matzá. 

El asunto consiste en que los judíos que confesaron tal asesinato lo hicieron bajo una cruel tortura, como lo afirma Ronnie Po-chia Hsia, docente de Historia Hebrea de la Penn State University y autor de Trento, 1475: Historias de un juicio sobre asesinato ritual

¿Es válido entonces el argumento de Toaff? ¿Qué diríamos o haríamos nosotros si nos estuvieran torturando con la ferocidad que lo hacía la Inquisición o las dictaduras latinoamericanas? 

 El experto italiano en historia medieval, Adriano Prosperi, se mostró escandalizado en un artículo en La Repubblica, refiriéndose a “la increíble desvaloración de la tortura, un método capaz de hacer confesar cualquier cosa a cualquier persona”. 

 Parece que Toaff quiere tomar la misma notoriedad que su padre. Quiere ser conocido en Italia, Israel y el resto del mundo no por ser el hijo del ex gran rabino sino por su nombre propio: Ariel. 

 El libro dejó de editarse por pedido del autor y unos pocos ejemplares se vendieron en las librerías. La editorial italiana Il Mulino, editora del libro, afirma que el ejemplar de 392 páginas editado en 2007 no está disponible. 

En su descripción del libro Il Mulino señala que el autor saca a la luz los significados rituales y terapéuticos que la sangre tenía en la cultura judía, llegando a la conclusión que, en particular para el judaísmo ashkenazí, la acusación (sobre el ritual de la sangre) no era siempre una invención. 

 No se trata aquí de cuestionar la libertad académica sino de plantear la responsabilidad de cada investigador por el material que publica. Toaff fue irresponsable y ahora se arrepiente.

22 feb 2007

Bébase con moderación

Alcohol, tabaco, drogas, sexo, trabajo, comida; con todo nos piden moderación. ¿Y con el judaísmo cómo andamos? En Uruguay, por lo menos, la lógica funciona así: el judaísmo religioso observado en exceso es avalado; sin embargo, el judaísmo moderado, sea laico, tradicionalista o religioso es visto como una debilidad y no como una virtud de quien lo practica. 

Hace algunos meses le comentaba a un integrante de la Organización Sionista del Uruguay sobre los excesos del grupo ultraortodoxo antisionista Neturei Karta, cuyos integrantes, días antes del Día de la Independencia de Israel, realizaron pintadas sobre las paredes de Jerusalén en las que equiparaban a los sionistas con los perros. 

El dirigente me dijo que eran unos pocos locos a quienes no debía prestarle mayor importancia. Quizás tenga razón. Pero yo prefiero no dejar hacer ni dejar pasar. Sucede que los Neturei Karta y los Satmer (también antisionistas) no son unos pocos locos, ya que entre ambos grupos suman más de 100 mil integrantes que realizan marchas en contra del "herético" Estado de Israel en varias de las ciudades más importantes del mundo: Nueva York, Londres, Bruselas, Montreal, entre otras. 

Además, manifiestan en Israel contra las elecciones democráticas y a favor que el estado judío esté regido por leyes religiosas y no civiles. Por si no fuera poco en las últimas semanas los Neturei Karta participaron en el congreso revisionista sobre la Shoá (Holocausto judío) organizado por el presidente iraní Ahmadinejad. 

En Uruguay, por otra parte, algunos nos intentan imponer costumbres y hábitos foráneos, desconocidos en la historia de la comunidad judía, en su mayoría sionista, hebraista y tradicionalista. 

Bendiciones de "rebes" (cualquiera viene bien) e invitaciones para emborracharnos todos juntos ("todos", porque a "todas" las dejan excluidas) en la festividad de Simjat Torá (finalización de la lectura del Pentateuco). 

Guy Oren, uno de los fundadores de Temura", instituto de judaísmo humanista secular israelí, planteó en un artículo publicado en el sitio web Ynet que luego de la destrucción del Segundo Templo de Jerusalén la verdad dejó de residir en una sola familia, la de la casta sacerdotal, por lo cual cada persona de acuerdo a su visión del mundo y a sus convicciones personales tiene el derecho de interpretar las sagradas escrituras. 

Además, según Oren, la destrucción liberó al judaísmo de una etapa primitiva de ritos idólatras (sacrificio de animales) y lo llevó al trabajo del corazón (avoda shebalev) representado por la oración. 

A mi entender, la respuesta moderada debe ser: hay muchas formas de ser judío, y nadie nos va a decir qué significa ser judío y cómo se es judío. Si cada uno de nosotros manifiesta sus discrepancias con aquello que le quieren imponer como lo establecido del judaísmo, nos aseguraremos ser un pueblo libre, democrático, pluralista, y por sobre todo, moderado.