26 ene 2023

El feligrés desencantado

Ildefonso se había hartado de las religiones tradicionales. Luego de probarlas todas, había llegado a la conclusión de que la única verdadera era Peñarol, su templo, el Campeón del Siglo, y su Dios, El Negro Jefe.


Aun así seguía creyendo en una divinidad, distinta a Obdulio Jacinto, con la cual tenía un diálogo fluido aunque de cierta desconfianza. Le había dicho a Dios que sus representantes en la tierra dejaban mucho que desear y habían hecho un negocio de lo que debería ser un espacio de crecimiento espiritual y personal.


Cada noche, antes de dormir, Ildefonso se divertía con el programa Pare de pensar que dirigía el pastor de ovejas, devenido en líder religioso, Juan Pablo Deus, ya que sus relatos le hacían acordar a las viejas historias asombrosas que veía de niño en Canal 10, del renombrado cineasta Estiven Espilber.


Cuando más descreído estaba, y su energía vital flaqueaba, veía alguna de las películas del gran Mario Moreno Cantinflas, en especial El Analfabeto y El señor doctor, la cual lo hacía emocionar hasta las lágrimas.


La sencillez de los personajes del mexicano y el sentido social de sus películas hacían que Ildefonso se reconectara con lo trascendental.


En uno de esos largos domingos veraniegos, Ildefonso quedó pensativo luego de leer el tuit de su amigo Nitram: “Necesito de mis momentos de agnosticismo para poder seguir creyendo”.


Fue luego de ello que consideró que era momento de una charla con sus amigos: el galeno Arnoldo, un agnóstico convencido, y Faivel el ateo.


Los contactó e invitó al Bar Tenura ubicado en la rambla montevideana para encontrarse el jueves a las 21:21.


El calzone vegetariano y la fainá estaban deliciosos, y una Pepsi Black los acompañaba. Decidieron no pedir postre para cuidar sus esbeltas figuras.


Empezaron conversando acerca del error de los albos de La Blanqueada por no haber apoyado la campaña del #WeRemember, y sobre si había sido conveniente que los aurinegros salieran con la pancarta recordatoria.


Luego dialogaron sobre el tema que los había convocado. Faivel le dijo a Ildefonso que dejara de perder el tiempo con sus tribulaciones y de una vez por todas reconociera que Dios no existe.


El galeno Arnoldo era un tipo más moderado, por lo cual indicó que más allá de que tenga dudas, es evidente que hay algo que nosotros desconocemos. “Yo en las brujas no creo, pero que las hay, las hay”, afirmó.


Ildefonso convocó a la conversación a la rabina Dalia Valladares. La religiosa, quien entresueños intervino vía WhatsApp, tranquilizó a los jóvenes y les dijo que los entendía.


Citó a Zygmunt Bauman y a su modernidad líquida, porque ya nada es permanente, y vivimos en un mundo de lo efímero y de la incertidumbre.


Era cerca de la medianoche y los tres contertulios estaban cansados. El galeno dijo que era momento de despedirse, pero que de seguro seguirían la conversación muy pronto.


Ildefonso realizó una larga caminata hasta llegar a su casa y decidió seguir creyendo, a pesar de los pesares.


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