19 ene 2023

La obra

El ruido es insoportable. La combinación de los martillazos con una variada música a todo volumen no dejan que Matías se concentre.


Está estudiando para rendir su último examen para obtener la Licenciatura en Química de la Universidad de Buenos Aires, al igual que décadas atrás lo había hecho Abi Skorka, el amigo del papa Francisco.


El calor de ese enero es imbancable por lo que la ventana debe permanecer abierta.


El futuro químico decide ir a hablar con los obreros con el objetivo de recuperar su concentración y ponerse al día con toda la bibliografía que le queda pendiente por estudiar, y así rendir de forma satisfactoria su último examen.


La empresa Toronto, propiedad de canadienses, comienza con los trabajos a las 6:00 de la mañana (incluso los sábados y domingos), por lo cual Matías no puede dormir bien siquiera los fines de semana, cuando su compañera Haydé lo acompaña.


Luego de dialogar con varios de los obreros, logra hablar con la capataza de la obra. Esta le explica que están construyendo la nueva sede del Mardoqueo F.C., uno de los decanos del fútbol bonaerense.


Matías le explica, con toda la paciencia del mundo, que lo único que lograrán con sus ruidos molestos es que los vecinos del barrio reciban al nuevo club con furia contenida.


La respuesta de la funcionaria es que para que haya un cambio en los horarios de trabajo en la obra, Matías debe hablar con un directivo del club.


Es en ese momento que Matías recuerda a su amigo Ildefonso, hincha del Mardoqueo desilusionado con las últimas campañas del equipo, y lo llama para que lo ayude.


Ildefonso habla con Armando, el director ejecutivo de la institución, quien le dice que trasladará el tema a la directiva.


La obsoleta y vetusta organización, carente de todo tipo de ejecutividad, deja todo como estaba. No cambia los horarios de la obra, incluso el de los sábados, cosa que hubiera disgustado mucho al fundador de la institución, el renombrado pensador Mardoqueo Rabinovich.


Además, el Mardoqueo había perdido miles de socios en los últimos años y estaba a punto de ser intervenido por el Ministerio de Cultura de la ciudad.


En medio de ese caos, la institución había decidido mudarse.


Ildefonso y Matías reflexionaron sobre el hecho y concluyeron de que la única solución era que Matías fuera a estudiar a la casa de su gran amigo, el galeno Arnoldo, quien tampoco podía entender la actitud del Mardoqueo: “directivas irreflexivas, proyectos fracasados”, sentenció el doctor.

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