“Queda más lindo decirlo y escucharlo en francés”, pensó Ildefonso luego de ver la película Resistencia sobre el rebelde antinazi Marcel Marceau, quien antes de ser un famoso mimo, demostró que luchar vale la pena.
Resistirse a idolatrar o endiosar a otros pensando en que son perfectos, es evitar subyugarse ante el otro o la otra y temer marcar las diferencias que tenemos.
Tanto a Fernanda como a Ildefonso, dos íntimos amigos, les había pasado en sus relaciones de pareja. Y hoy ambos reflexionan acerca del daño que eso les hizo.
Lo curioso es el lugar que eligen para conversar, claro que como amigos, aunque la ambigüedad acerca de su vínculo siempre existe. Se trata del estadio Campeón del Siglo, del Peñarol de Montevideo, tal como alguna vez lo denominara el Curro Jiménez.
Es que a ella le pusieron Fernanda por el potrillo Morena, aquel que le metió siete a Huracán Buceo en el Uruguayo del 78. Y aunque no es muy apasionada por el fútbol, igual siente algo por el equipo de las 11 estrellas amarillas.
Ildefonso era fanático cuando chico, pero los años le hicieron entender que el fútbol es tan solo un negocio. De todas formas, lo que siente por la amarilla y negra no se compara con el aprecio a ninguna otra casaca; ni siquiera la celeste que traspiró el gran negro jefe.
“Los de afuera son de palo”, le repetía Ildefonso a Fernanda cada vez que podía. Su insistencia lindaba en lo insoportable. Ella ya lo conocía y se la bancaba. Pero su admiración por aquel gladiador celeste era indescriptible.
“Actitud y huevo; eso era Obdulio y eso define a quienes resisten”, opinó él. Ella estaba más de cerca de la doctrina que llama a resistir a través del amor, que todo lo puede, tal como siempre decía a quien la quisiera escuchar.
Mientras tanto, el glorioso aurinegro le ganaba a su clásico rival por 1 a 0 con gol de uno de sus históricos.
Pero ellos no le daban importancia al devenir del encuentro. Estaban enfrascados en sus reflexiones, tal como hacían aquellos intelectuales de la generación del 45 en el Tupi Nambá, tomando café negro y vichando de reojo al Teatro Solís.
Resistirse al que dirán, a los deberes y obligaciones impuestos por una sociedad machista y patriarcal, a que te califiquen de hereje o libertino aquellos que se creen los custodios de la moral y de las buenas costumbres, de lo que se puede y lo que no, de lo que está bien o está mal.
Eran un hombre y una mujer de fe que acordaban que en el mundo de lo incierto y lo efímero, el coraje para enfrentarse al qué dirán sería su salvavidas, tal como lo fue para el ejemplar Obdulio.
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