30 jun 2024

El puchero kosher de los Rosencof

Publicado el 30 de junio de 2023

Hoy, 30 de junio, Mauricio cumple 90. La familia de origen del dramaturgo no era ni por asomo religiosa. Sin embargo, y curiosamente, guardaba ciertas tradiciones muy caras para el judaísmo más tradicional.


Tal como lo relata Miguel Ángel Campodónico, me imagino esos domingos de mañana cuando el matarife ritual llegaba a la casa de la familia Rosencof para faenar las gallinas con el fin de que fueran la materia prima de un sabroso puchero para degustar al mediodía.


Isaac, Rosa, el joven Leonel y el pequeño Mauricio esperan con ansias a ese hombre barbudo vestido con su sobretodo negro, tanto en los días de frío invernal así como en los del caluroso verano.


Con él tienen un origen en común, hablan un mismo dialecto, pero su forma de vivir el judaísmo es totalmente opuesta.


Aun así, para estos judíos comunistas y sin Dios, es importante que la carne sea faenada según la usanza ritual judía, tal como indica la ley de Moisés.


El peso identitario que los Rosencof traen de Europa no es olvidado fácilmente.


El ritual, así como la costumbre, tiene para ellos un significado trascendental para su desarrollo como judíos.


Por eso, también comen pan ácimo en Pascua y llevan a Mauricio a que conozca una sinagoga montevideana.


Cuando por fin se produce el encuentro, Isaac y Rosa reciben con mucho afecto al matarife, quien les trae recuerdos de la vida religiosa en su vieja patria.


Hablar con este paisano es volver atrás en el tiempo, viajar a Europa en un santiamén, y reconectarse con ese judaísmo originario en el cual habían sido criados.


Sí, ellos son comunistas, pero también judíos y uruguayos que disfrutan del mate, aunque con azúcar. 


Esa identidad se la legaron al actual Mauricio, quien cita al literato comunista soviético Ilyá Ehrenburg, el cual afirmó: “Soy un escritor ruso, pero mientras quede tan solo un antisemita sobre la faz de la tierra, responderé a la pregunta acerca de mi nacionalidad con orgullo: soy judío”.


Imagino al matarife compartiendo ese almuerzo con los Rosencof. Dos cosmovisiones distintas del mundo. Dos estilos de vida. Dos formas antagónicas de ser judío. Una condición en común: privilegiar el vínculo humano.

5 mar 2024

Aventuras en la embajada

Publicado el 7 de diciembre de 2023

Prólogo


Corría la década del 60 del siglo XX cuando el experto en marketing de la Universidad de Salamanca, Raúl Barriga, fue convocado por el ministro de Relaciones Exteriores de la época, el formal Don Jorge Graziano, para una misión muy particular: poner en orden a una de las pocas embajadas uruguayas ubicadas en un desconocido país del Medio Oriente.


Barriga estaba casado con Lola Asimov (una parienta lejana del célebre escritor de ficción Sir Isaac Asimov) desde hacía más de diez años, pero aún no tenían hijos.


La oportunidad de viajar al exótico país y permanecer por dos años era muy atractiva para la pareja, ya que Raúl estaba cansado y aburrido de su trabajo como publicista y Lola estaba muy entusiasmada con el hecho de que finalmente cambiarían de aires.


De todas formas, lo debatieron durante varios días e incluso lo consultaron con varios de sus íntimos amigos y su familia más cercana.


Los argumentos estaban claros de los dos lados. Los contrarios: irse de su país natal a un destino lejano, desconocido e inhóspito; los a favor: conocer un nuevo lugar en el mundo, vivir una aventura, abrir la mente, interactuar con personas de otra cultura y buscar un hijo.

El viaje


Finalmente el viaje se concretó para el 24 de agosto de 1962, un día antes del feriado de la Declaratoria de la Independencia. En Medio Oriente las temperaturas promediaban los 40 grados celsius, por lo que la pareja preparó mucha ropa veraniega, pero también algo de abrigo, sabiendo que luego vendría un benévolo aunque frío invierno.


El vuelo, en la legendaria aerolínea estadounidense Panam, fue interminable. Muchas escalas, demasiado tiempo de espera y excesiva seguridad, pero sin la pandemia que aquejaría al mundo casi 60 años después.


Sin embargo, las ganas de Raúl y Lola pudieron más. Llegaron a destino en una de las tantas noches estrelladas que juntos verían durante casi un cuarto de siglo. No entendían el extraño idioma que allí se hablaba, aunque eso no importó porque enseguida sintieron una conexión con el lugar.


En la pista de aterrizaje ya estaba para recibirlos el embajador Arnaldo Lagarde, quien sería el primer jefe de Raúl, y con quien mantendría una pésima relación laboral y humana.

Los primeros tiempos


Hombre hedonista, que se dedicaba a disfrutar de los placeres de la vida, los cuales no incluían el trabajo, Lagarde llevó a la pareja a su nuevo hogar en el norte de la bella ciudad costera.


Era ya muy tarde en la noche y el barrio estaba mal iluminado. El embajador los dejó en la entrada del apartamento, el cual él mismo se había ocupado de alquilar, con la promesa de que los ayudaría en esos primeros meses de adaptación.


Sintieron miedo. Eran los primeros momentos de la nueva vida que habían elegido. La aventura había comenzado. La noche fue caótica. Había mucho que hacer y ordenar, y el abrupto cambio respecto al huso horario del Río de la Plata no les permitió pegar un ojo.


A la mañana siguiente, Raúl hizo como pudo para levantarse, se puso la ropa que tenía a mano y, con dificultad, logró dar con el ómnibus que lo llevaría al barrio de Kenatón, en la capital Ierasalima, donde se ubicaba la embajada nacional.


En su primer día de trabajo, Raúl llegó a las ocho de la mañana, una hora antes de que abriera la misión consular. Luego de aquella jornada, su costumbre sería llegar a la representación diplomática a las 6:30 cada mañana, lloviera o tronara, hiciera frío o calor.


Vestido de traje gris y de corbata tricolor (siempre fiel a su pasión por los albos del Gran Parque Central), Barriga traspasó la puerta de la embajada y se puso a la orden de su jefe.


El embajador, quien ya a esa hora de la mañana se encontraba bebiendo un whisky y fumando un cigarrillo Coronado, le dijo: “Barriga: estamos cerca de fin de mes. Encárguese de liquidar los sueldos”.


Asimismo, el mandamás le explicó que: “un vaso de whisky llama a otro, y así me termino tomando una botella por día”.


Raúl no podía dar crédito a lo que sus ojos veían y sus oídos escuchaban. Pero no tuvo más remedio que ponerse a trabajar en la tediosa tarea que le había asignado su jefe.


Las planillas de honorarios no existían y cada cual cobraba lo que el embajador decidía sin importar si trabajaba poco o mucho y cuáles eran sus responsabilidades.


Tal como se lo había encomendado el ministro, en su despedida montevideana, Barriga intentó imponer el orden. Juana, la secretaria, trabajaba tan solo ocho horas por semana, pero cobraba 300 dólares por mes.


Raúl creyó que eso no estaba bien y lo elevó a su superior. La respuesta fue negativa: “Juana trabaja de forma excelente y por eso cobra lo que cobra”, aseveró.


Barriga no podía más con su enojo, pero se mordió la lengua y no dijo nada. Siguió trabajando durante su primera jornada con un manifiesto humor de perros.


Llegó la noche, aquella que en verano arribaba más tarde de lo normal por el cambio de hora. Raúl estaba agotado. Mucho trabajo y demasiados problemas para su primer día. Ya quería encontrarse con Lola.


Se dirigió a la parada del ómnibus y lo esperó pacientemente. Su ansiedad por contarle a Lola lo sucedido iba en aumento.


Cuando llegó a su apartamento, luego de transportarse en dos buses, Lola lo estaba esperando con la comida hecha: milanesas de queso (Raúl y Lola eran vegetarianos) acompañadas por una ensalada de tomate, lechuga y cebolla.


Lola era su cable a tierra y una mujer muy asertiva en sus consideraciones. Raúl la escuchaba y en la gran mayoría de las oportunidades respondía: “tenés razón”.


Ella lo calmó. Recién había sido su primer día de trabajo en la embajada, y aún vendrían muchos más.

El nacimiento de Susana Haydé


Habían pasado años desde ese primer día. Raúl ya se había acostumbrado al duro trabajo de la embajada que lo tenía en vilo día y noche, incluso durante los viernes y sábados, cuando la mayoría de los trabajadores del país de Medio Oriente descansaban.


Llegó junio de 1966. Barriga fue el encargado, por la embajada, de la organización del partido entre su querido Uruguay y la selección local. Raúl estaba feliz de la participación de los jugadores Ubiña, Troche, Manicera y Domingo Pérez, entre otros, de su querido Nacional.


La selección local contaba con su goleador de todos los tiempos, el renombrado Mardoqueo Shpilkes (también conocido como El hormiga), quien luego se convertiría en un gran amigo de Raúl, el cual incluso realizó gestiones -finalmente infructuosas- para que jugara en el Nacional montevideano.


Vencieron los celestes por 2 a 1, como debe ser, pero los otros celestes (los del oriente) dieron una dura lucha comandados por Mardoqueo, autor del gol y cuyo nombre nos remite a dos héroes: uno bíblico (el de Persia) y otro contemporáneo (el del gueto de Varsovia).


Cuatro años después, Shpilkes marcaría el único gol mundialista para los celestes y blancos, con lo cual pasaría a ser un héroe histórico y mítico del fútbol local.


Tres años después llegó la tan ansiada Susana Haydé, la cual heredó la inteligencia, carácter, actitud y belleza de sus padres. La niña, muy deseada por sus progenitores, era una hermosa bebé que desde chica fue un pilar en la vida de los Barriga Asimov.


Criar a una hija lejos de su país y de sus afectos no fue fácil para los Barriga Asimov. Por ello, adoptaron a una pequeña perrita a la cual llamaron Lajumi, y quien se convirtió en parte integral de la familia.


Aun cuando su trabajo le demandaba jornadas muy extensas, Raúl cosechó un afectuoso vínculo con Susana, el cual mantuvo hasta el final de sus días.


Lola, por su parte, se hacía cargo de su hija mientras su marido trabajaba. Susana nunca dejó de consultar a su madre, incluso cuando esta envejeció.

Y se hizo la paz


La visita del presidente Tadas, uno de los otrora acérrimos enemigos del pequeño estado de Medio Oriente, fue un momento muy emocionante para Raúl. Él siempre había soñado con lo que afirmó el salmista: “el lobo morará con el cordero”.


Puesto que el embajador estaba de viaje, fue Raúl quien representó a Uruguay en la recepción y en diferentes reuniones con el distinguido visitante.


Cuando se estrecharon la mano, Tadas le preguntó de dónde era. “De Uruguay”, fue la respuesta del diplomático. “Ah, Peñarol”, dijo el presidente, ante lo cual Raúl quedó atónito e incluso se molestó, aunque no respondió.


La cena de la embajada uruguaya con el ilustre visitante consistió en un sinfín de manjares kosher (y jalal, por supuesto) para que todos los visitantes -fueran judíos o musulmanes- los pudieran degustar.


Entre los invitados estaba Olecram, gran amigo de Raúl, con quien también compartía la pasión futbolera por el equipo albo, aunque políticamente eran de distintos “palos”.


Olecram, un batllista de pura cepa, había emigrado de muy joven sin su familia de origen uruguaya que incluía a su querida hermana Asilef y a su bienamado primo Nomis. Nunca dejó de sentirse uruguayo, ni de gritar los goles de la celeste o de su querido Nacional.


Tadas y Barriga mantuvieron una larga conversación. En ella hablaron de filosofía, literatura, matemática e historia. Ambos eran muy cultos y la charla, en inglés, se hizo muy amena.


Luego del emotivo final de la visita de Tadas ocurrió un hecho que Raúl no pudo llegar a explicar en el resto de su vida. El paisito de Medio Oriente había designado a Manases como embajador para Uruguay, pero este no estaba convencido de venir, ya que consideraba que la Tacita del Plata no había ayudado a su hermana cuando ella había precisado, por motivos humanitarios, emigrar al país.


La representación uruguaya, comandada en aquel momento por el embajador Adrián Espinaca, organizó una gran celebración para despedir a Manases y desearle suerte.


El designado representante del país de Medio Oriente pronunció un discurso, durante pleno festejo, en el que fustigó duramente a Uruguay por su comportamiento con su hermana en los años más oscuros que Europa alguna vez vivió.


Luego del estupor de todos los representantes diplomáticos y de que la fiesta se diera por concluida, Espinaca, Barriga y Asimov se quedaron conversando durante largas horas reflexionando acerca de los motivos que había tenido Manases para pronunciar tan incendiario discurso a pocos días de viajar a Uruguay.


Ninguno tuvo la seguridad como para indicar por qué esto había pasado. Probablemente las heridas del pasado le habían jugado a Manases una mala pasada. Su hermana, la guerra, y otros viejos y perturbadores recuerdos.


Al otro día, ya en la embajada, Espinaca recibió un llamado de Manases. Le pidió a Raúl que estuviera con él para escuchar la conversación.


El representante nacional esperaba el pedido de perdón de su contraparte, pero esto no fue lo que sucedió.


Manases señaló que no había podido dormir en toda la noche por lo que había dicho en aquella recepción, pero que no se retractaba de una sola de las palabras que había pronunciado.


Espinaca no daba crédito a lo que sus oídos estaban escuchando. Su decepción era aun mayor que la del día anterior. Raúl también se quedó sin palabras.


El vínculo entre Barriga y Espinaca fue muy bueno y de mutua estima. De hecho, Raúl le dedicó una carta a Adrián cuando este terminó su misión como embajador.


“Cuando usted llegó al aeropuerto, nunca imaginé que se convertiría en uno de mis mejores amigos con el paso del tiempo. Era un verdadero amigo y un consejero para todos nosotros, tanto en lo profesional como en lo personal, y es por ello que a pesar de su juventud se ha ganado el respeto de todo el personal de nuestra y del resto de las embajadas.


Preveo que el embajador Espinaca ocupará uno de los más altos puestos en el Ministerio de Relaciones Exteriores”, escribió Raúl en la emotiva carta.


Manases cumplió exitosamente con sus funciones en Uruguay, aun cuando esto sorprenda. Luego de finalizar su cargo, y gracias a los contactos políticos que había logrado, volvió al exótico país para ocupar un cargo, pero ahora representando a Uruguay.

Misoginia arcaica


La visita de Nadia, una integrante del cuerpo consular uruguayo, a la embajada revolucionó el ambiente. Raúl sabía que las malas lenguas, de los machistas propatriarcado, decían que ella se entregaba a los placeres del cuerpo con sus colegas hombres, pero esto era difícil de comprobar. Su actitud y la de los hombres que la rodeaban era, al menos, sospechosa.


Barriga era un liberal a la anglosajona. Pensaba que tanto hombres como mujeres tenían que vivir su sexualidad de forma plena y siempre respetando al otro.


Sin embargo, el machismo, la misoginia y la homofobia prevalecían en aquella época.


Una noche, Raúl siguió al embajador Lagarde, con quien aún mantenía un pésimo vínculo, hasta su casa. El representante nacional, quien había vuelto a comandar los destinos de la embajada, bajó de su vehículo con Nadia e ingresaron al edificio donde vivía. El funcionario de la embajada pudo entrar detrás de ellos y los descubrió manteniendo relaciones sexuales.


Lagarde estaba casado, y al ver a Barriga ingresar a su habitación tembló de miedo, aunque -curiosamente- continuó con el acto hasta llegar al orgasmo.


El insuceso quedó solo en eso, pero Barriga y Lagarde lo recordarían por el resto de sus vidas.

Dos visitas democráticas


La visita de Walter Ferrando Aldosivi, líder indiscutido del partido al que siempre votaba Raúl, lo emocionó. Se encargó de toda la organización de la visita de su líder a quien, apenas puedo hablar con él, le declaró su profunda admiración.


Conversaron largo y tendido acerca de una diversidad de asuntos: sobre sus hijos (Ferrando Aldosivi ya pensaba que en un futuro su hijo Juan Raúl podría salir con Susana Haydé), la política, el fútbol, la compleja situación de Uruguay, la lucha de Walter contra la dictadura cívico-militar y a favor de los derechos humanos.


Lola también participó en esa conversación. Le dijo a Walter que con Raúl y Susana tenían pensado volver a Uruguay. Estaban cómodos en Medio Oriente aunque extrañaban su país de origen, sobre todo a la familia y a los amigos.


Las décadas oscuras y tristes de los sesenta y setenta se iban yendo. El sol volvía a salir y Raúl lo sentía, incluso a miles de kilómetros de su patria. Comenzaba la segunda mitad de la década del 80 y los ríos de libertad se hacían sentir en toda la patria oriental.


Y llegó 1986. El año en que Diego, al que muchos aún consideran Dios, pisó tierra sagrada y junto a los suyos se despachó con 7 goles frente a los locales.


También en ese año Barriga fue el encargado -ante la ausencia del embajador de turno- de recibir la visita del novel presidente democrático Juan Marcos Santillán, quien concurrió acompañado de su vice, el legendario Ernesto Torres, gran partidario de los albos de La Blanqueada.


A pesar de pertenecer a otro partido político y simpatizar por otro club de fútbol (al menos con Santillán), Raúl estaba feliz de su encuentro con estos dos paladines de la democracia y acérrimos enemigos del dictador Goyo.


Los invitó a cenar a su casa, junto al embajador y a todo el personal de la embajada.


Lola preparó una cena vegetariana de lujo; gastó hasta lo que no tenía para recibir a esa comitiva tan esperada: copetín, entrada, varias ensaladas, dos opciones de plato principal y postre (con o sin azúcar), además de variadas frutas.


La historiadora María, la esposa de Juan, conversó animadamente con los dueños de casa sobre la historia de la Inquisición española y la limpieza de oficios y sangre en tiempos de Isabel La Católica.


También compartió las teorías políticas más aceptadas en ese momento: la del historiador Gonzalo Cayetando y la del politólogo Rodolfo Gareca.


La charla se hizo muy animada y se fue hasta altas horas de la noche. La joven Susana, muy interesada en temas políticos y de actualidad, también participó de forma activa.


El presidente la quiso convencer a toda costa para que dejara su amor por los tricolores, pero ella era aguerrida y no se dejó convencer por el hábil Santillán.

El doloroso vacío


Raúl era envidiado por sus compañeros de trabajo. Él estaba a la orden de la embajada día y noche sin parar. De hecho entraba a trabajar a las 6:30 todos los días y continuaba hasta altas horas de la noche.


Sucedió en sus últimos años de servicio que, por orden del embajador Lagarde, sus compañeros le hicieron el vacío.


El experto en marketing tuvo que soportar el trabajo en silencio durante años, lo cual afectó su salud. Su esposa lo contenía cada día luego de arribar de la embajada. Su hija, ya una adolescente, también le servía como cable a tierra.


En octubre de 1988 su querido Nacional obtenía la Copa Libertadores de América, y Raúl, quien ya había sobrepasado un cuarto de siglo en el exterior al servicio de su país, decidió retornar junto a su familia.

La vuelta


El regreso a Uruguay no fue fácil. En primer lugar, Lola y Raúl, con la ayuda de Susana y Mardoqueo (el goleador) debieron desvalijar su propia casa y con ello recordar cada uno de los éxitos y fracasos que el destino, o quizás Dios, les deparó en Medio Oriente.


El paisito había cambiado mucho aunque mantenía, como siempre, sus tonos de gris, tanto en lo urbano como en lo emocional. El día que llegaron a Montevideo fue particularmente gris y fresco, aunque ya era noviembre, lo que desmotivó a la joven Susana.


Ya retornados, los Barriga Asimov buscaron qué hacer en ese nuevo Uruguay al que llegaban.


Raúl se metió a activar en el club y partido de sus amores, mientras que Lola se ocupaba del hogar, y la joven Susana empezaba en la facultad la carrera para ser economista.

Epílogo


Barriga decidió que había llegado el tiempo de escribir sus memorias. Agarró un cuaderno, un lápiz y comenzó a redactar:


“Durante mucho tiempo tuvimos la intención de escribir acerca de mi época de diplomático. Siempre lo postergué por miles de motivos: por falta de tiempo, por dejadez, pero finalmente me dediqué a juntar material haciendo los apuntes necesarios de lo sucedido, cosas que he vivido y visto, a veces por casualidad y a veces arrastrado por las circunstancias del momento, de mi trabajo como diplomático, de esta gran oportunidad de ver y conocer otro mundo”.


“Mucha gente está confundida y equivocada al pensar que los diplomáticos en el mundo, indiferentemente de qué país proceden y en qué país actúan en servicio y qué cargo tienen, lo pasan a las mil maravillas de fiesta en fiesta y de copa en copa”.


“La tarea diplomática exige mucho trabajo e inteligencia. Es verdad que hay muchas reuniones, cenas y almuerzos con los diferentes colegas y autoridades, pero no menos cierto es que los diplomáticos trabajamos full time y siempre tenemos que estar a disposición sin importar el horario, el día o el lugar”.


“Siempre aparecen problemas, a veces políticos, a veces propios de la misma misión, y a veces hay que resolver problemas de los ciudadanos que están de paso o que viven en el país donde se encuentra la embajada”.


“Hay problemas de extravíos de pasaportes, de repatriaciones y miles de otras índoles”.


“Hay un dicho que tiene mucho de cierto y que dice: ´un buen diplomático debe tener un buen estómago y dos buenas piernas para poder estar en todas las recepciones a las que lo invitan`”.


“En estas famosas recepciones, tan criticadas por las personas que no conocen el trabajo diplomático, son más que importantes ya que, entre copa y copa, tal como se dice, se acomodan y se arreglan muchos problemas de forma más sencilla que por la vía formal”.


Y llegó el día en que Raúl se llevó consigo, y para siempre, todos los recuerdos y aventuras vividos en aquella embajada, pero en su familia quedarán impregnados para el resto de las generaciones.

12 feb 2024

El chumbo

Publicado el 16 de noviembre de 2021

El árbitro dio el pitazo final. El partido se había terminado. La victoria por la mínima diferencia había salvado al Mardoqueo F.C. del descenso y condenado al Rumpeltiskin F.C. a jugar en la segunda división del fútbol nacional.


Julio, uno de los líneas del encuentro, volvía a su casa como habitualmente lo hacía luego de los partidos de cada domingo. Era muy autocrítico. Pensaba en cada jugada en la que había dudado si levantar o no la bandera.


La caminata había sido corta. La distancia entre el estadio Samuel Priliac del Mardoqueo (y del Palestino) y su hogar era casi insignificante.


Cuando llegó, ayudó a su esposa a preparar la cena: unas milanesas vegetarianas rellenas solo de queso acompañadas de tomatitos cherry. Sus dos hijos varones estaban felices por aquella deliciosa comida que cerraba el fin de semana junto a la presencia de mamá y papá. Al otro día, comenzaría una nueva y ardua semana escolar.


Mientras Marta y Julio preparaban a sus hijos, el lunes por la mañana, sonó el viejo teléfono del domicilio de la calle Laureano Latierra. Al atender, Julio se encontró con una voz distorsionada y amenazante del otro lado de la línea: “te vamos a dar un chumbo en la cabeza, reverendo hijo de puta”.


Los ultras del Rumpeltiskin estaban fuera de sí. El chivo expiatorio del descenso de su equipo era uno solo: Julio.


El línea simuló que no pasaba nada. Luego de dejar a sus hijos en el colegio, le pidió a su esposa para conversar. Le contó acerca de  lo sucedido y le dijo que no se preocupara, ya que se trataba de un simple amedrentamiento.


Sin embargo, se comunicó con la policía y la gremial de árbitros de su país para denunciar la situación.


Marta sospechó que el asunto era grave y presionó a Julio para que le contara exactamente lo que estaba pasando.


Como (casi) siempre ocurre en la vida, hubo quienes no creyeron en la versión de Julio. Otros le insinuaron que era un exagerado y algunos le dijeron que había sido una amenaza en caliente y que con el tiempo se convertiría en tan solo una anécdota.


Durante varios años, Julio cuidó las espaldas de su esposa y de sus hijos. El peligro siempre estaba latente. El momento más difícil para el referí era el de irse a dormir: los pensamientos lo invadían hasta altas horas de la madrugada. Dormía poco y mal.


“¿Por cuánto tiempo me acosará este tormento?”, se preguntaba Julio.


A medida que el tiempo pasaba y el temor (casi) había desaparecido, sus hijos (ya crecidos), le comenzaban a hacer complejas preguntas sobre su época de juez de fútbol y, en particular, sobre esta triste historia. Julio las respondía, con lentitud y paciencia, y con la firme convicción de que el peligro había quedado atrás.


Habían pasado 20 años de este episodio cuando Matías, un viejo conocido de la familia de Julio, también fue amenazado, pero en este caso por su ex familia política.


A Matías le hicieron pasar las de Caín, aunque nadie sabe muy bien qué fue lo que ocurrió realmente con este personaje bíblico antediluviano.


Lo agredieron, lo privaron de ver a sus hijas, lo difamaron y pretendieron quitarle su dignidad, y —tal como le pasó a Julio— hubo muchos que no le creyeron. También dormía poco y mal.


Pero al igual que Julio, Matías decidió dar batalla de la mano de su fiel amigo y compañero de lucha, el galeno Arnoldo.


El joven Matías, recordó la historia de la amenaza a Julio, y consideró que era momento de mantener una charla con el ya veterano juez de línea, ya qué él también se sentía amenazado por el chumbo de los otros ultras.


“Patoteros habrá siempre”, le dijo el árbitro, pero “lo importante es no temer”. “Vos tenés que confiar en Buda y en Pest; su inspiración fue fundamental para que yo pudiera salir del pozo”.


Matías le dijo que prefería encomendarse al viejo Matusalén, que por algo había vivido 969 años. El joven, un amante de las matemáticas, hipotetizó que el secreto de la longevidad del patriarca radicaría en el número 69. Julio quedó pensativo…


La charla entre ambos recorrió el camino de vida que cada uno de ellos había elegido. Hubo momentos de alegrías y otros de tristeza, pero por sobre todo, mucha emoción.


Julio se comprometió a ayudar a Matías en su lucha y a nunca abandonarlo. “Loco: yo te conozco desde chico. No te preocupes que esto también va a pasar”.


El diálogo se prolongó hasta altas horas de la noche. El viejo Julio ya no podía mantenerse en pie, y Marta empezaba a preocuparse de que no volviera a su casa.


Arnoldo los pasó a buscar a los dos. Su abuelo, el entrañable Javier, había sido amigo de Julio varias décadas atrás. El pequeño auto del galeno fue el lugar donde se contaron las últimas anécdotas. Matías había recuperado el coraje y Julio era el gran responsable de ello.


Al son de Bella Ciao los tres se despidieron. “Los ultras y sus chumbos no nos vencerán”, aseveró la ya apagada voz de Julio.

26 ene 2024

Misterio en Gibraltar

Julio Ribas caminaba por las estrechas calles de Gibraltar luego de que la selección local, que él dirigía, cayera derrotada por 2 a 0 ante el débil combinado de Islas Feroe.

De pronto, notó algo extraño. Había alguien tirado en la calle. No podía divisar bien de quién se trataba.


Se acercó a la figura y vio a un hombre. “Este tiene la apariencia de ser un inmigrante africano”, pensó Julio.


Estaba gravemente herido y casi que no podía hablar. Julio se acercó e intentó revivirlo. Llamó al 911 local. La policía y emergencia médica llegaron muy rápido, aunque el hombre no pudo sobrevivir.


Fue directo a la morgue de la pequeña isla y allí pudieron obtener su ADN, pero no figuraba en los registros locales.


¿Quién era ese hombre y qué hacía allí? A la policía no le interesaba demasiado (quería dar el caso por cerrado), pero a Julio sí, así que al mejor estilo de Sherlock Holmes se puso a investigar al día siguiente.


Primero se dirigió al puerto para ver si encontraba alguna pista. Tuvo un altercado con un funcionario de migraciones quien no le quería dar la información que precisaba.


Julio intuía que ese inmigrante (quizás ilegal) había entrado al país no hacía demasiado tiempo.


Esperó a que llegara la noche y entró a hurtadillas a las oficinas de migraciones. Siguió su olfato y buscó denodadamente por todo el archivo para encontrar quienes habían ingresado al país.


Le llamó mucho la atención un nombre: el de Arie Moloj. Por sus conocimientos de árabe y hebreo, el descendiente del general colorado Juan Pedro Ribas dedujo que Moloj (del hebreo melej, rey) probablemente era un africano de origen judío.


Provisto de este dato, empezó a investigar la historia de la comunidad judía de Gibraltar y, para su sorpresa, se encontró con un riquísimo relato que incluía más de 650 años de antigüedad.


Decidió preguntar en las cuatro sinagogas existentes en la pequeña isla. Le costaba encontrar a alguien que le pudiera dar datos fidedignos.


Mientras tanto, el caso ya se había olvidado, tanto para la policía local como para los medios de comunicación que poco y nada habían informado sobre el presunto asesinato.


En la sinagoga Abudarham encontró un dato fundamental. El secretario del rabino le confió que Moloj había visitado ese centro religioso con el fin de obtener un certificado de judeidad y poder integrarse así a la comunidad hebrea gibraltariana.


En ese momento, Ribas se sobresaltó. “¿Habrá sido un crimen motivado por el odio religioso, el racial o ambos?”, pensó. Luego se dirigió nuevamente a la escena del crimen.


Era cerca de la sinagoga. Claro, en Gibraltar nada queda lejos.


Esperaba encontrar alguna pista. Había una tarjeta caída en el piso. Era del bar Llanito. Llegó al popular boliche y todos los futboleros lo reconocieron. Comenzó con sus averiguaciones y obtuvo el dato de que había rumores acerca de un grupo neonazi que había comenzado a operar entre las sombras.


Julio se dirigió a su domicilio donde pensó cómo podía resolver el asunto.


Lo discutió con su pareja y se propuso solucionarlo solo, aunque finalmente decidió avisar a la policía. Fue al barrio residencial porque su intuición lo había llevado hasta allí. Caminó sigilosamente por sus calles donde encontró un local de ventas de autos lujosos.


Había demasiado bullicio para ser las 10 de la noche de aquel jueves.


Entró de la forma más silenciosa que pudo y se sobresaltó al ver que en el subsuelo del establecimiento había una reunión de cabezas rapadas.


Los enfrentó solo y los acuso del crimen de Moloj. La borrachera y soberbia de los nazis los llevo a confesar el horrendo asesinato. 


Fue en ese momento que entró la policía siguiendo las coordenadas que les daba el GPS de Julio, cosa que ya habían combinado con anticipación.


Los titulares de los diarios locales deportivos del día siguiente sugerían, con sorna, que a Ribas lo nombraran inspector de policía.