Ildefonso vivía aburrido, y no sabía cómo resolverlo. Ya se había leído todos los libros de Pilar Sordo, pero con eso no había podido resolver nada.
Necesitaba conversar con su gran amigo, el galeno Arnoldo. Ildefonso sabía cuál era su problema: era un tipo ansioso que resolvía muy rápido las cosas, aunque su exmujer dijera todo lo contrario, y eso lo llevaba a que el tiempo no le pasara nunca.
A Arnoldo le costaba entenderlo, pero no por falta de empatía, sino porque su situación era totalmente diferente: estaba ocupado día y noche con sus quehaceres laborales y personales, por lo cual el consejo para Ildefonso era que disfrutara del tiempo libre.
El tenaz Ildefonso seguía aún confundido luego de la abrupta separación de Héctor, su pareja durante varios años, pero quería aprender a aprovechar mejor de sus ratos de libertad.
Quizás leer o quizás escribir. Pero, ¿cuál era la solución? Le dijo a Arnoldo que necesitaba pensarlo, pero que de algo estaba absolutamente seguro: debía darle alguna utilidad a su tiempo libre.
Ildefonso se quedó pensando en el tema del aburrimiento y llegó a la conclusión de que era algo normal en la vida, aunque solo en su justa medida.
Reflexionó sobre qué función tenía el aburrimiento. Es darse cuenta de que no todo es placer ni disfrute y que, a veces, estamos perdidos y no sabemos lo que hacer. Eso es normal, hasta cierto punto, pensó.
El aburrimiento también puede funcionar como una especie de motivador que nos convierte en una fuente de ideas para ayudarnos a combatirlo. El tedio es el puntapié inicial para salir adelante, para ser quienes nosotros queremos ser.
Es pensar e idear para después crear algo nuevo. Es algo muy difícil, se dijo a sí mismo Ildefonso. “¿Cómo hago para reconectarme conmigo mismo?”, se preguntó.
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