A Ildefonso le gustaba ir a la sinagoga de su niñez, aunque los feligreses lo consideraran un contestatario.
De hecho, la única vez que lo convocaron al púlpito (un primero de enero a la noche) había cuestionado que la traducción de la Biblia hebrea al griego hubiera constituido una tragedia, tal como lo considera el judaísmo raigal.
Pensó que nunca más lo llamarían a pronunciar una prédica, pero se equivocó. Un lunes a la mañana recibió un mail de Bernardino, uno de los principales dirigentes de este centro religioso y cultural de la fe hebrea.
Le propuso a Ildefonso que preparara un sermón para pronunciar el siguiente sábado a última hora de la mañana. Ese mismo lunes se puso a trabajar.
Con la caída del sol en la tardecita del viernes, llegó el sábado judío. Ildefonso estaba nervioso y asustado aunque había preparado y estudiado el discurso durante varios días.
El sábado al mediodía, y sin papeles en mano, subió al púlpito de la sinagoga. Luego de agradecerle a Bernardino, citó al rabino y doctor británico Louis Jacobs quien decía que la sinagoga debe incomodar al cómodo, pero a su vez acomodar al incómodo.
“En estos minutos, voy a tratar de incomodarlos e incomodarme”, le dijo a los asistentes.
Luego citó al libro ¿Qué pasó en febrero? A cincuenta años del golpe de Estado de Julio María Sanguinetti. “Ustedes saben que durante la tregua entre militares y tupamaros, durante 1972, estos bandos enemigos acordaron en algo: que la lucha era entre el pueblo y la oligarquía. Esta visión de blanco y negro es la que estamos viviendo en nuestro judaísmo actual, donde la ausencia del debate promueve el agravio”, enfatizó.
Ildefonso explicó al auditorio que estamos viviendo una época de judaísmo new age donde la Cábala y la meditación han sustituido al debate de ideas propio de las academias talmúdicas de Babel surgidas luego de la destrucción del Primer Templo de Jerusalem.
“Les quiero aclarar que yo medito, y que me hace muy bien, y valoro los estudios académicos acerca de la Cábala, en especial los de Gershom Sholem”, puntualizó para evitar cualquier tipo de malentendido.
Ildefonso explicó que “la enfermedad bíblica del tzaraat, emparentada aunque muy distante de la actual lepra, se contraía al hablar mal del otro, y esto sucede cuando no veo a mi prójimo como alguien con el cual puedo intercambiar ideas aunque no piense igual”.
“Recuerden lo que ocurrió en la Torre de Babel. Tal como dice la Biblia cuando describe este episodio: ‘Y fue la tierra una única lengua y palabras uniformes’. ¿Esto qué quiere decir? Las conversaciones debían ser obligatoriamente homogéneas, y para ello los habitantes del lugar eran celosamente vigilados por los guardias de la torre.
El castigo de Dios para los babilonios fue confundir sus lenguas, lo cual “fue una bendición para el porvenir que le esperaría a la humanidad. Dios no soportó esa uniformización compulsiva”, enfatizó.
“Sabemos que las excomulgaciones siempre han sido nefastas para el pueblo judío”, afirmó. “La de Baruj Spinoza, por ejemplo, luego de recibir un sinfín de maldiciones, o la de Rabí Eliezer en el Talmud por oponerse a las opiniones mayoritarias, aun cuando las ideas de este doctor de la ley habían sido avaladas por la propia voz divina”, puntualizó.
Ildefonso recordó que esta propia voz celestial nos indica, en otro tratado del Talmud, respecto a las discusiones, que “estas y aquellas son las palabras del Dios viviente”.
¿Cuáles son estas y cuáles son aquellas hoy, 2023?, preguntó Ildefonso. “Si creemos que las válidas son solo las nuestras, que tenemos la verdad revelada, es que no aprendimos nada acerca de nuestra propia historia”, aseguró.
“Tal como dijo el expresidente de la Suprema Corte de Justicia de Israel, el Prof. Aharón Barak, respecto al episodio de Rabí Eliezer: Dios nos dice que la Biblia no está en los cielos. Tampoco lo están nuestras palabras, las cuales son tan humanas que siempre pueden ser rebatidas”, concluyó.
Al bajar del púlpito se produjo un silencio tal que Ildefonso se sintió como Obdulio Varela en el Maracaná. Caminó lentamente hacia la salida del establecimiento con la idea de que no volvería allí por algunos meses.
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