14 jun 2023

Un partido en amarillo y negro

Diciembre de 1993. Ildefonso espera ansioso el taxi en el que vienen a buscarlo dos de sus amigos. No tienen entradas, pero esperan conseguirlas. Peñarol está a 90 minutos de ser campeón uruguayo luego de 7 años de sequía.


Sandro y Nano se demoran en llegar. Los nervios del puntual Ildefonso van creciendo minuto a minuto. No existen los celulares y, por ende, no hay llamada o mensaje de texto que les permita comunicarse.


Finalmente llega el vehículo con sus clásicos colores amarillos y negros. Ildefonso entra presuroso. El recorrido hasta el monumento histórico del fútbol mundial se le hace eterno. Está incómodo. Sus amigos, más grandes que él, ocupan la mayoría del espacio del asiento trasero.


Pagan el viaje. Se bajan rápido y corren hasta las boleterías del estadio. Están abarrotadas, y en la mayoría hay unos avisos escritos en papel con una tenue tinta azul (probablemente de una lapicera Bic) que dicen: “ENTRADAS AGOTADAS”.


De pronto se acerca a ellos un revendedor de entradas con toda la pinta de aquel zorro que engañó a Pinocho. Los quinceañeros confían en el hombre y le compran tres entradas supuestamente para “caballeros” (así eran denominadas aun cuando en 1993 casi nadie usaba el término “caballero”).


Pero cuando están por llegar al ingreso de la tribuna Colombes, donde en principio solo se alojaría la hinchada de Cerro, notan que las entradas tiene el rótulo de “Menores”.


Los invade una sensación de impotencia. Mientras hacen la fila para entrar, notan que el caos es absoluto. Llega su turno. El nerviosismo es total. El portero no detecta que son entradas para niños. Por fin, pueden entrar.


El sector de la Colombes contra la América ya está ocupado por la hinchada de Cerro. Los tres adolescentes se acercan a la pequeña parcialidad aurinegra que está volcada contra la Olímpica.


Un partido malo, pero intenso. El gol de Diego Martín Dorta hace que los tres amigos queden afónicos. El empate final le da el campeonato a Peñarol. Los jóvenes salen del estadio y vuelven a entrar por una de las puertas de la Olímpica, no sin antes comprar posters y gorros del Peñarol campeón. 


Ya nadie controla nada. Es hora de entrar a la cancha a festejar. El descontrol es total. Ildefonso no se anima a colarse, pero sus amigos sí. Se queda con todos los souvenirs, mientras Sandro y Nano festejan en la cancha con Pablo Javier y el resto de sus héroes.


En ese momento, Ildefonso recuerda aquel primer partido del campeonato con Defensor Sporting. Los silbidos del final. El descontento, el dolor, la desesperanza y la desazón de la hinchada. ¿Quién hubiera pronosticado este final de campeonato?


Ni el gran Segismundo Froilán, experto en terapia, coaching y astros. Parece que los astros no pueden preverlo todo, reflexiona hoy, 30 años después, Ildefonso.


El Ildefonso de 2023 no se desvive más por el fútbol, pero sí recuerda las grandes hazañas del equipo de sus amores.

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