El galeno Arnoldo e Ildefonso estaban reunidos en un mano a mano para celebrar sus 30 años de amistad. Era un tiempo de balance para estos dos cincuentones que habían compartido todo tipo de experiencias.
En cuanto al futuro, ninguno era optimista, tal como nunca lo habían sido. Pero tampoco eran unos pesimistas netos. Ildefonso siempre citaba la máxima cataldista: “soy biológicamente optimista”, y decía que él se había vuelto optimista a la fuerza.
De todas formas, la conversación se centró en su futuro, en la vida, la enfermedad, la vejez, la soledad y la muerte. ¡Vaya optimismo el de estos dos amigos!
Ver crecer a sus hijos, los cuales estaban por casarse, los había puesto a reflexionar sobre la madurez a la que habían llegado.
—Estoy cagado por el futuro. Lo que más me jode es ir al médico. Nunca sabés con qué enfermedad de mierda te va a salir— dijo el galeno.
—No te preocupes que a mí me pasa lo mismo. Y eso que creo en Dios. Sin embargo, lo que más me jode es la soledad. Me siento como un prisionero de guerra atrapado en una cárcel o como el conde de Montecristo encerrado en un castillo donde el diablo perdió el poncho— respondió su amigo.
Empezaron a caminar al lado del reconocido club de golf. Era un domingo a la tarde de invierno. Sus miedos ya estaban claros. Pero, ¿dónde había quedado la esperanza? ¿O acaso es la esperanza un cuento que nos vendieron?
Recordaron a sus padres y lo duro que había sido la última etapa de sus vidas. Se preocuparon de que a ellos les fuera a ocurrir lo mismo: problemas de movilidad y cognitivos.
Sí, ambos le temían al paso del tiempo porque sentían que los acercaba a la muerte y eso era algo que no podían detener. De hecho, a Ildefonso ya le costaba completar los complejos ejercicios físicos en la clase de taladro, su arte marcial favorita.
“Y si nos dedicamos a vivir el hoy”, dijeron al unísono. Parecía que esa era la única forma de salir del pozo depresivo de los cincuenta.
Hicieron un plan para sobreponerse a los avatares diarios, pero también para disfrutar de lo hermoso que les daba cada amanecer.
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